Armiche Padrón,
Responsable de la Escuela de Cuadros
del Comité Central "Olga Luzardo",
Armiche Padrón. |
A este anticomunismo externo debemos añadirle el oportunismo, natural en tanto expresión de la lucha de clases, como bien lo plantearon Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao y Ho Chi Min, el cual siempre posee condiciones para su desarrollo en el seno de cualquier organización revolucionaria clasista, dando como frutos cíclicos, a una pléyade de individuos autoconsiderados como “puros”, “claros” y capacitados para reorientar al colectivo en pleno según su sabiduría personalísima, que en nuestro caso, demuestran la decadencia total de la miseria oportunista en el siglo XXI.
Siempre, y en eso, los partidos comunistas tienen una larga experiencia, confluyen los intereses de la burguesía y el Imperialismo (el anticomunismo originario diríamos) con el de los “puros”, y actúan a manera de una pinza con dos extensiones intentando aplastar o neutralizar la organización marxista-leninista.
En el caso de la historia reciente del Partido Comunista de Venezuela, esa confluencia de intereses se gestó en el contexto del XII Congreso (2006) y la pinza anticomunista quiso apretar. Resulta anecdótico que la mayoría de los miembros de la fracción liquidacionista fueron devotos “anti-milicos”, “anti-“gorilas” durante la X Conferencia Nacional (1998) en la cual el PCV resolvió, antes incluso que el MVR, postular a Chávez como candidato presidencial. Ocho años después, los antichavistas de la Conferencia se presentaban en el XII Congreso exigiendo “mayor acercamiento” (entrega y posterior autodisolución) con el líder de la Revolución Bolivariana (al menos así se llamaba y se pretendía el proceso político en esos tiempos). Más chavistas que Chávez, estos liquidacionistas alimentaron en el Presidente la errada ilusión de que la cúpula de PCV estaba de espaldas a las bases celulares del Partido, y ellos, ¡solo ellos!, garantizaban exterminar esa cúpula dogmática y ahistórica del timón del Partido.
En realidad existía, y aún pervive, lo que en términos clásicos y científicos se conoce como “tendencias pequeñoburguesas” en “cuadros” comunistas, que en sus ansias de protagonismo, de reconocimiento desmedido y en su enfermiza actitud de pasar por encima del colectivo, jamás aceptaron que un obrero industrial, no formado en la cantera como ellos, llegase a la Secretaría General del Comité Central con el apoyo, el estímulo y el acompañamiento de líderes históricos del Partido (Trino Melean, Silvino Varela, Pedro Ortega Díaz, Jerónimo Carrera entre otros) y que obtuviese el respaldo mayoritario del Partido en su quehacer dirigente. De allí sus actitudes, cada vez más histéricas, en tanto ese obrero industrial lideró al Partido desde el difícil tránsito de finales de los 80 en adelante, desarrollando dos principios leninistas básicos: la dirección colectiva y la flexibilidad táctica.
Los liquidacionistas llegaron al día de las elecciones del Comité Central “sobrados”, campaneando whisky del bueno y seguros de su victoria. Casi lo logran, pero el Partido reaccionó ante las evidencias y son derrotados en el Congreso. Al poco tiempo se celebra el acto de Chávez en el Teresa Carreño ordenando a “los partidos de la revolución a autodisolverse” y formar parte de un Partido Único que él conformaría. Lejos de lo que se podía pensar, el Comité Central del Partido convocó, de nuevo, un Congreso Extraordinario para que las bases decidiesen. Eso le dio alas a los liquidacionistas que se sabían perdidos en el seno del Comité Central, pero ahora poseían unos meses para hacer lo que fueron incapaces de resolver en el XII Congreso… fuimos al XIII Congreso (2007) y más del 80% de los delegados respondimos a los liquidacionistas y a la propuesta del Presidente bajo la consigna ¡Marxistas-Leninistas, Por Siempre y Para Siempre!.
Solo les quedó a los liquidacionistas irse del Partido (a pesar de ser miembros del Comité Central)…, con más penas y sin ningún atisbo de gloria. Hoy en día habría que preguntarles si los objetivos políticos que se trazaron, desde la pureza y santidad de su holística e individual visión del mundo, fueron logrados.
El XIV Congreso (2011) fue más tranquilo. Los restos de reformismo que no se aliaron a los liquidacionistas sabían que no era su momento, y los oportunistas, más aún, recogían velas y comenzaban a ilusionarse con grandes cruzadas por venir, alentados por su naturaleza y por algunas experiencias internacionales.
El XV Congreso (2017) fue de igual manera tranquila hasta que se clausuró. La arrogancia, el surrealismo y la indigestión perpetua explotaron de manera desmedida, sin atender al mensaje real del Congreso y realizando cálculos metafísicos que aceleraron decisiones sin condiciones mínimas.
El oportunismo (los convocados por la Historia a escribirla en primera persona) se lanzaba en una epopeya a lo Quijote, pero sin Sancho Panza. El estímulo (digámoslo así hasta este momento) externo, aderezaba la estrategia puritana: la incomodidad de un Partido autónomo, no plegado a los intereses de Miraflores que ahora son los de Wall Street, ni a los del Departamento de Estado, mucho menos a los de FEDECAMARAS o CONSECOMERCIO; un Partido que resuelve por sí mismo con base en sus principios la Línea a recorrer (con sus aciertos y sus errores) siempre ha sido un objetivo de quien detenta el poder en la sociedad burguesa y algunos pretenden honrar las deudas que en este sentido dejaron Rómulo Betancourt, Teodoro Petkoff, Douglas Bravo y tantos otros.
Suerte de miembros, cada uno en su momento, de una especie de Iglesia Roja; pura, apostólica y santa en su sola presencia (la de ellos). Se presentan como paladines de la innovación y solo son actualizaciones vulgares de conductas parasitarias, cuando no infiltradas, del anticomunismo, del oportunismo.
En noviembre de este año los comunistas venezolanos celebraremos el XVI Congreso. No pocas dificultades estamos sorteando entre la pandemia y sus coletazos, la merma total de condiciones mínimas de subsistencia para una militancia que en su mayoría es asalariada y los ataques constantes de los neoliberales rosados, capaces de acosar al militante comunista que trabaja en la administración pública, o de mandar a asesinarlo cuando destaca en las luchas, sobre todo campesinas.
Sabíamos y sabemos que vienen meses duros. La pinza seguirá presionando, intentando quebrar la unidad del Partido. Usarán las redes sociales y los medios de comunicación de manera unidireccional, apretarán el cerco mediático y dispararán sus mentiras soeces para crear un “clima de opinión”. Seguirán urdiendo en bufetes vías jurídicas y en consultorios la estrategia para tratarnos como neuróticos desadaptados que no entendemos “que todo va viento en popa”.
De nuevo, desempolvan el “oscarcismo”, ya vimos que de vieja data (incluso algún cagatintas madrileño con pretensiones vascas lo intentó hace algunos años sin mayores avances, más que el ridículo normal de cualquier chupamedias del S. XXI), acostumbrados a pensar y actuar en primera persona; carentes de argumentos serios pretenden trasladar su “lo que diga fulano de tal” como si el resto del mundo actuase igual…, que sigan ladrando y creyendo…
La confianza en el Partido, es decir, en sus militantes y sus organismos de dirección, no se alcanza escuchando chismes ni sentados en una oficina. La confianza nace y se construye en la militancia diaria; organizando, reorganizando y volviendo a organizar. La confianza nace en el trabajo, no en las especulaciones, los deseos ni el apoyo del anticomunismo;… nace en el trabajo real, no en la masturbación mental del ego del YO.
Vamos al XVI Congreso con la fortaleza que la lucha nos curte. ¿Vamos confiados?, comunista confiado, muere chiquito. Sabemos a lo que nos enfrentamos y vamos con plan a, b, c, d y los que hagan falta, pero vamos al XVI Congreso reeditando la consigna del XIII Congreso: ¡Marxistas-leninistas, Por Siempre y Para Siempre!; así necesiten un alicate y lo que están usando es una pinza para las cejas, los comunistas responderemos como solo sabemos, con dignidad, unidad revolucionaria y orgullosos de nuestra militancia.
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