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sábado, 22 de agosto de 2020

El debate: Pasqualina y la nueva normalidad económica (II)

Luis Salas

escritosdesdelacuarentena.blogspot.com
Agosto de 2020.

Econ. Luis Salas.
Repasemos lo básico del debate planteado por Pasqualina, en el cual queda claro el angustioso problema de la precariedad y desigualdad de los ingresos de la mayoría venezolana.

Subpagados

Al tipo de cambio oficial del viernes 7 de agosto de 2020, el ingreso mínimo legal mensual (salario mínimo más bono de alimentación) equivale a 2,8 $. El salario mínimo (sin bono) y las pensiones a 1,4 $. Se trata del salario mínimo más mínimo del mundo, lo que incluye países africanos y otros bloqueados. En Cuba, por ejemplo, el salario mínimo equivale a 15 $ mensuales.

Desde luego, siempre se podrá decir que la mayoría no gana eso pues entre una cosa y otra la gente se rebusca. En líneas generales puede ser cierto, pero habría que hacer al menos tres salvedades.

La primera es que habría que demostrarlo con indicadores, cosa que ninguno de los que defiende esta hipótesis como atenuante hace. Lo segunda es que, en cualquier caso, dicho rebusque generalizado se daría en condiciones de amplia cuando no extrema desigualdad, que es lo que suele ocurrir con todas las “auto-regulaciones” de mercado. La tercera es que hay que estar claros y claras que dicho estribillo es otra de las tantas formas de romantización de la precariedad puesta de moda últimamente entre ciertos "influencers", más de uno y una de los cuales, por cierto, no pasa el trabajo que predica deben disciplinadamente aceptar los demás como espíritu de los tiempos.

Pero como quiera, para ser muy pero muy generosos con ese planteamiento, supongamos que una familia promedio venezolana ingresa actualmente entre una cosa y otra unos 50 $ mensuales, lo que por supuesto deja por fuera a los ricos de siempre y los nuevos, así como a muchos y muchas que se encuentran más cerca de los mínimos ya comentados. Bueno, si ese fuese el caso, dicho ingreso está 6,6 veces por debajo del salario mínimo regional (330 $). Y equivale 1,6 $ diarios, tres centavos de dólar por encima del estándar mundial para medir la pobreza extrema según el BM y las archiconocidas metas del milenio...

Ahora, lo que en mi criterio no queda tan claro en el debate es el contexto de “nueva normalidad económica” sobre el cual semejantes precariedad y desigualdad operan. Y a este respecto, mi punto es que dicha nueva normalidad económica no nos deja margen para operacionalizar la propuesta de hacer una reforma impositiva primero para mejorar los ingresos después. Sería lo ideal sin duda, el tema es que los tiempos no dan. Pues además de sub-pagados estamos otras cosas igual o más graves. Veamos.

Maxidevaluados

Es posible que a estas alturas muchos no lo recuerden, pero el primero de enero de este 2020 el tipo de cambio oficial era 48.709 Bs. x $. Al cierre del viernes 7 de agosto es de 288.038 Bs. x $, lo que supone una variación del 470,8% en solo 8 meses. Incluso mal acostumbrados como estamos a las cifras estrambóticas de nuestros tiempos, debemos estar conscientes que no existe un caso similar en el planeta, contando países bloqueados y que no, en guerra o no.

Si lo queremos ver más corto en el tiempo, vayamos al 13 de marzo pasado cuando comenzó la cuarentena. Ese día el tipo de cambio oficial estaba en 74.081 Bs. x $. Es decir, de entonces a la fecha en que escribimos esto ha variado 275,3%. O lo que es lo mismo: aumentado 3,7 veces. Ya el paralelo roza los 300.000. Y seguramente rebasará esa cota en los próximos días. Y si a la práctica nos remitimos, acto seguido lo hará el oficial.

Hiperinflados

En cuanto a la inflación, la acumulada durante 2020, según el BCV, es de 295,9%. Esto hasta mayo, que es la última cifra oficial publicada por el ente.

Para que nos hagamos una idea, el segundo país con la inflación más alta en el mundo luego de Venezuela es Argentina, que entre enero y junio de este año acumula 13,6%, según el BCRA. Esto es: 27,7 veces por debajo de la tasa nuestra.

Hipercontraídos

Por si eso fuera poco, todo indica que este año cerraremos con una contracción del PIB mayor a la de 2019.

Claro que la de 2019 no la sabemos oficialmente todavía pues no la han publicado, pero se estima por el orden del -25%. La CEPAL proyecta para este 2020 una caída del -26%, es decir, casi tres veces por encima del promedio regional y 5,3 veces del mundial.

O sea: no solo tenemos los salarios más bajos del planeta, la inflación más alta y la devaluación ídem, también la contracción económica más severa. Se sabrá cuando se publiquen las cifras, pero todo indica que al cierre de este 2020 tenderemos una economía, óigase bien: entre una cuarta y quinta parte de lo que era en 2012-13.

No hay equivalente reciente de una caída tan severa de ninguna otra economía a escala planetaria, con la obvia excepción de Libia y tal vez Siria, ambas devastadas por guerras mercenarias e invasiones.

Ultrabloqueados

El estrangulamiento externo impuesto por el bloqueo y las sanciones es la guinda de este agrio pastel, estrangulamiento que se refuerza con la propia crisis generada por el Covid-19. Es decir, no solo no podemos comerciar ni financiarnos externamente porque estamos bloqueados, sino que de todas maneras el comercio mundial está en su propio estado crítico sin vientos de mucha mejora en el corto plazo.

El mejor ejemplo son las remesas, que le venían salvando la vida a más de uno y que ahora se estiman se han contraído en más de un 50%, básicamente porque varios de los países donde se concentran los y las compatriotas que las envían son de los más afectados por el Coronavirus (Estados Unidos, Chile, Ecuador, Perú, Colombia, España, etc.). Lo mismo ocurre con las llamadas exportaciones no tradicionales. Si antes implicaban un esfuerzo hercúleo, ahora es fútil planteárselo al menos por un buen tiempo.

¿Atrapados sin salida?

De esto último, lo del bloqueo, etc., es donde se agarran quienes manifiestan que las propuestas de mejorar los salarios e ingresos de la población como las que hace Pasqualina son populistas y demagógicas, pues simple y llanamente, nos dicen, no hay plata pa' eso. Yo dije en la primera parte de este texto que en mi criterio tal aseveración era una verdad a medias: son ciertos los problemas de financiamiento causados por la restricción externa impuesta por el bloqueo. Pero la parte de que por eso estamos condenados a vivir con los salarios más bajos del mundo no tiene ningún sentido.

En parte expliqué por qué, siendo la primera razón que eso sería cierto en una economía como la ecuatoriana o alguna otra dolarizada, que en la medida en que no cuentan con soberanía monetaria deben ajustar su circulante a los dólares que le entran pues sus bancos centrales no pueden emitirlos, cosa que solo puede hacer la Reserva Federal norteamericana.

Dado que Venezuela constitucionalmente (artículos 318-320 de la CRBV) cuenta con un Banco Central y una moneda propia que la gente acepta para pagar y cobrar (de hecho con dos monedas, si le sumamos el Petro, con todo y su estatus ambiguo), goza de soberanía monetaria. Pueden estar todo lo vapuleadas que queramos, tanto la soberanía como la moneda, en buena medida por las omisiones y acciones del BCV, pero lo cierto es que las tenemos. Y mientras eso sea así debemos defenderlas no tanto por principio –que también- sino porque en esta coyuntura es lo único que nos pueda ayudar. Y eso es lo que intentaré demostrar en lo que sigue.

Una terapia de contra shock

Como ya dije una alguna otra parte, el Covid-19 no ha venido a causar ninguna crisis en el país. En cualquier caso, ha hecho las veces de eso que en matemática llaman primera derivada, en el sentido que más que causarla le impuso aceleración y velocidad a una crisis preexistente.

Justamente, en base a dicha pre-existencia, el tratamiento no puede ser convencional. No puede ser, por ejemplo, la receta de austeridad fiscal que se nos está aplicando. Por receta de austeridad fiscal me refiero a la política del BCV enfocada en contraer al extremo la oferta de bolívares, cosa que hace mediante mecanismo como los encajes legales pero también restringiendo el poder adquisitivo de la población. Eso ya venía siendo bastante dañino sin Covid, pero con Covid lo es más, entre otras razones porque el flujo de divisas provenientes de las remesas y otros ingresos dolarizados que en cierto grado lo disfrazaba y compensaba ya no está.

La pequeña burbuja de consumo dolarizado de finales del año pasado, que puso a algunos a predicar sobre el futuro glorioso de la economía poniendo a los bodegones como evidencia, fue el síntoma más evidente de dicha “compensación”. Sin embargo, el Covid-19 aceleró su explosión, siendo que lo que entonces era “válvula de escape” pasó a serlo ahora de presión, lo que en buena medida explica el repunte vertiginoso del dólar paralelo y tras suyo el oficial de las últimas semanas. Y es que ante la oferta restringida de unas divisas cada vez más necesarias (y por tanto demandadas) dado todo lo que se dejó avanzar la dolarización transaccional y ante el repliegue forzado del bolívar, aumenta la velocidad de circulación de los dólares existente y por tanto su valor. Que el BCV salga a anunciar que ampliará la oferta de dólares para contener el rally cambiario no tendrá mayor efecto. Es posible que lo ralentice por unos días e incluso que lo haga retroceder.

Pero estamos hablando de un equilibrio fugaz y precario condenado como todos los anteriores a romperse, solo que seguramente más rápido que las otras veces.

Así las cosas, en el entendido que la situación internacional no va a mejorar en el corto plazo (lo que incluye estar claros que el bloqueo no se va a levantar) y que a lo interno nada hasta ahora da señales reales de mejorar si no todo lo contrario, debe buscarse la manera no de reactivar la economía en el sentido de recuperar la senda de crecimiento, lo que es un problema más complejo, sino de por lo menos hacer que no se siga paralizando y contrayendo, dejando a las mayorías por fuera de los mínimos vitales de subsistencia. Y hasta nuevo aviso y a hasta tanto alguien demuestre lo contrario, eso solo se puede hacer en el cortísimo plazo (que es el único que tenemos) inyectando dinero (es decir, bolívares fundamentalmente) a la economía nacional para activar la demanda agregada y por esa vía reactivar el aparato productivo.

Claro que no es lo único que hay que hacer ni por sí solo resuelve todos nuestros problemas. Y claro que eso generará otros nuevos problemas y pondrá nuevas presiones.

Pero para seguir abusando de las metáforas médicas ya que están de moda, es como cuando alguien llega a una sala de emergencia en estado de coma o con un paro, que lo primero que hay que hacer es reactivarlo con insulina o una RCP, pues de lo contrario ya no habrá nada qué hacer.

Bueno, la economía venezolana en el estado en que se encuentra y al que se dirige necesita una maniobra de emergencia de ese estilo.

La pregunta de las diez mil lochas: ¿poner más dinero en circulación no complica aún más la inflación?

Vayamos por parte. La emisión de dinero es una práctica demonizada en los últimos años básicamente por dos razones. La primera, el prejuicio monetarista y neoliberal, convertido en parte del sentido común, según el cual es la responsable de la inflación. Y dos, por la propaganda de los profetas de las criptos, que ligando la gimnasia con la magnesia ven ahora a la emisión y los bancos centrales como los enemigos a vencer. Cada cual aferrados a sus causas y dogmas, ambos bandos se la han arreglado para erigir al tristemente célebre “dinero inorgánico” como el culpable de todos nuestros males.

Si bien estamos conscientes que se trata de temas complejos que no se pueden despachar en una sentada, hagamos el esfuerzo de precisar lo básico en función del tema que nos ocupa. El tal virtud, lo primero que hay que dejar claro es que si por dinero inorgánico se entiende aquel que se emite sin respaldo en reservas, se trata entonces de un dogma demodé, algo así como los pantalones campanas que tuvieron vigencia hasta los 70'.

Es decir, eso de que no se puede emitir dinero sin respaldo en reservas, es una vieja convención del patrón oro adoptada en los tiempos modernos a partir de los acuerdos de Bretton Woods. Sin embargo, en la práctica, dicha convención llegó hasta los años setenta del siglo pasado, cuando se hizo evidente que por el volumen que había alcanzado el comercio mundial no podía seguir anclando el dólar al patrón oro, pues no había suficiente de este último para tamaña tarea. Ante la disyuntiva que implicaba el estancamiento de los flujos comerciales y financieros internacionales, los gringos, pragmáticos como son, resolvieron el problema declarando la inconvertibilidad del dólar en oro el 15 de agosto de 1971 (es decir, se cumplen 49 años dentro de poquito). Y empezaron, como se dice, a imprimir sin respaldo, lo que por lógica de sobrevivencia comenzaron a hacer todos los demás países. Valga decir al respecto de esta particular que la recomendación se la dio Milton Friedman (sí, ese mismo, el gurú del neoliberalismo y el autor de la célebre frase “la inflación es siempre un problema monetario, de exceso de dinero”), asegurando que el dólar valía no por el oro acumulado, sino por el respaldo ofrecido por el gobierno de los Estados Unidos.

Por otra parte, y en un plano todavía más concreto de cosas, existen cientos de ejemplos de la vida real que demuestran que la emisión monetaria no solo no causa necesariamente inflación, sino que puede haber inflación con emisión monetaria restringida [¡COMO NUESTRO CASO ACTUAL!]. De hecho, pueden darse múltiples combinaciones: casos donde ciertamente la emisión genera inflación (lo que pasó por ejemplo con el Petro navideño cuando se cambió a bolívares entre finales del año pasado y principios de éste). Pero existen otros donde pese a hacerse emisiones enormes, los precios no se vieron afectados. Veamos un par de esos casos, bastante recientes por lo demás, de hecho ocurridos en el marco de la pandemia de Covid-19.

El helicóptero de Trump

El primero de ellos es el caso de los Estados Unidos, cuyo gobierno y la Reserva Federal (versión gringa del BCV) están batiendo todos los récord de emisión monetaria. En este sentido, desde que el Covid-19 se convirtió en problema, la FED y el gobierno han inyectado más de 3 billones de dólares a la economía de ese país, lo que a todas luces se trata del plan de estímulo más grande la historia:


El plan, denominado Cares (siglas en inglés de Ayuda, Alivio y Seguridad económica ante el Coronavirus) incluye una partida de 250.000 millones para cheques directos a los ciudadanos con sueldos de hasta 75.000 dólares. Los trabajadores que ganen menos de esa cantidad reciben una ayuda de unos 1.200 dólares más 500 adicionales por cada hijo menor de 17 años. Y reserva 350.000 millones para préstamos a pequeñas empresas, asi como otros 250.000 millones para ampliar las prestaciones del seguro de desempleo.

En esta otra gráfica de la FED se observa todavía más claro el tamaño de la inyección, ya que no solo se evidencia el crecimiento vertiginoso de la liquidez ampliada (M3), sino a la par la caída abrupta de las tasa de interés (el costo del dinero), lo que favorece la expansión monetaria por la vía de abaratar el crédito:


Ahora, según el credo mayor emisión monetaria = mayor inflación, los precios deberían estarse disparando en los Estados Unidos. Sin embargo, más allá de algunos casos puntuales de incrementos derivados de la escasez de oferta de ciertos bienes por la cuarentena (la carne, por ejemplo) o a especulación pandémica (mascarillas, gel, algunos medicamentos, etc.), el índice de precios muestra un comportamiento muy alejado de la hecatombre esperable según los monetaristas. De hecho durante tres meses (marzo, abril y mayo), tuvo un comportamiento entre negativo y cero:


Tan llamativo es el no cumplimiento de la sentencia monetarista para el caso de los Estados Unidos, que incluso un medio tan reconocidamente ortodoxo y mainstream como Forbes, publicó por estos días un artículo firmado por uno de sus principales columnistas con el elocuente título ¿Existe todavía la inflación? ¿Alguien lo sabe realmente? El mismo se puede leer (en inglés) por acá.

La "bomba" de liquidez de Alberto Fernández

Al iniciarse la emergencia del Covid-19 en Argentina, entre las múltiples medidas tomadas por el gobierno peronista de Alberto Fernández para hacerle frente, estuvo la de coordinarse con el Banco Central de la República Argentina (BCRA) a fin de inyectar dinero a la economía para diversas funciones y sectores, pero todas destinadas a enfrentar la pandemia.

Se trata de la mayor emisión de los últimos treinta años, lo cual desató una polémica de pronósticos catastrofistas en cuanto a su "inevitable" impacto inflacionario. No obstante, la realidad no ha convalidado tampoco a la teoría monetarista en este caso, como demuestra la siguiente lámina que compara la emisión propiamente del BCRA (la llamada base monetaria) en sus variaciones mensuales con la inflación también mensual. Nótese que en los momentos de las más fuertes inyecciones monetarias por parte del gobierno/BCRA, la inflación no solo no aumentó sino que bajó:


Es particularmente notable el caso de los alimentos y las bebidas no alcohólicas, así como los medicamentos, ambos con variaciones con variaciones bastante moderadas de 1 y 2,2 por ciento respectivamente para el mes de junio. De hecho, él indice general se ve afectado más bien por el renglón vestido y calzado (6,7%).


Valga agregar que estamos hablando de la economía con la segunda inflación más alta del mundo...

¿Y Venezuela qué?

Como suele suceder, a la hora de hablar de Venezuela las cosas resultan siempre más complejas. Sobre nuestro caso me voy a extender en la siguiente (y última) parte de este texto, pero por lo pronto me conformo con dejar colgado lo siguiente. Fíjense que así como en los Estados Unidos y Argentina tenemos casos donde fuertes emisiones monetarias no solo no generaron inflación, si no que, inclusive, los precios retrocedieron, en el nuestro tenemos que la inflación suele mantenerse por encima de la emisión. Veamos el ejemplo de 2019:


Es decir, el año pasado, justo cuando comenzó a operar la restricción severa monetaria del BCV, el crecimiento anual de la liquidez monetaria (M2) estuvo por el orden de los 4.995%. Eso es mucho, incluso para el hiperinflado paladar venezolano. El tema es que ese mismo año la inflación fue casi dos veces (1,9, para ser exactos) superior a esa cantidad.

Pero si nos vamos de hecho un año antes, cuando la inflación batió todos los records y "la maquinita del BCV estaba prendida", como le gusta decir a los monetaristas, la situación fue exactamente la misma, en magnitudes más estrambóticas ciertamente, pero con igual tendencia:


En este caso la inflación fue 2,05 veces mayor a la emisión monetaria.

De hecho, en el transitar de nuestro rally inflacionario que arrancó en 2013, esto ha sido ampliamente demostrado por los trabajos de Pasqualina, como por ejemplo Hiperinflación: arma imperial (2018), no solo para el caso venezolano sino el de otros países. Varios años antes, en 2015, en un trabajo conjunto entre José Gregorio Piña y mi persona se expuso lo mismo para nuestro caso, al tiempo que se hizo un amplio recorrido por el debate teórico respectivo desde los clásico en adelante.

El asunto es, ya para cerrar con esta parte, que el tema monetario, de los salarios, los precios, la producción y el consumo, es mucho más complejo que lo que el consenso monetarista actual entre figuras de bando y bando supone. Lo que seguramente no sería problema si se tratara solo de un debate teórico, pero comienza a serlo cuando lo teórico se transforma en diagnósticos errados que tienen consecuencias prácticas sobre la economía y por tanto la vida de las personas. Ya de eso hemos sufrido bastante, solo que en una de estas vamos a matar al paciente y ya no habrá nada qué hacer.

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