Armiche Padrón. |
Marx demostró, de forma científica y no a través de especulaciones místico-religiosas, tan de moda hoy en día, que las crisis del capitalismo se producen de manera cíclica, cada vez más rápidamente y cada vez con más profundidad con efectos exponenciales sobre las masas trabajadoras en particular y populares en general.
Toda vez que los modelos de acumulación y de dominación que el capitalismo desarrolla son cada vez más ineficientes, el capitalismo echa mano de múltiples formas para superar (nunca para resolver) las crisis a fin de mantener su supervivencia. Todos los mecanismos empleados por el capitalismo en esta fase de su desarrollo imperialista sirven en coyunturas, repetimos, como paños calientes. En ese carácter cíclico, continuo y cada vez más profundo, emergen momentos donde las contradicciones propias del capitalismo para su reproducción, entre el capital y el trabajo; se suman las propias entre los países capitalistas por mantener su ritmo de supervivencia o dominación dentro del sistema, y las contradicciones interimperialistas por el control del sistema en su conjunto. Cuando esta triada de contradicciones se combinan al máximo de sus posibilidades; a la oligarquía financiera internacional se le plantean medidas de fuerza, con un carácter tal de violencia que no permite sino resultados devastadores donde la irracionalidad termina siendo la gran guía espiritual de las masas.
El desarrollo del fascismo en el S. XX, como respuesta a esa tormenta perfecta de contradicciones en el seno del imperialismo, tuvo expresiones connotadas: se expresará por primera vez en Hungría en 1919 con el régimen terrorista de Miklos Horthy quien, con el apoyo internacional de la burguesía y de la iglesia católica, aplastará la República de los Soviets liderada por Bela Kun. La segunda experiencia la tenemos cuando en 1933 Adolf Hitler asume la Cancillería y transforma la República de Weimar en el Tercer Reich Alemán. La tercera experiencia se dará en 1943 cuando Benito Mussolini se asume como Duce (guía) de la República Social italiana con la escolta del Partido Fascista Republicano. La cuarta experiencia se dará en territorio español en 1936 cuando el Golpe de Estado contra la República permita a Franco proclamarse Jefe de Estado.
A pesar de las particularidades del régimen horthyano, del nazismo, del fascismo y del franquismo hay dos elementos que debemos resaltar y que los unifican: en primer lugar el apoyo (político, económico, financiero, militar, juntos o en combinación) de la burguesía internacional en cada una de estas experiencias que, naciendo como simples expresiones retardatarias en sus sociedades, terminarán promoviendo un movimiento de masas reaccionario importante. En segundo lugar el hecho de que nacieron para aplastar el avance del movimiento obrero y de sus vanguardias marxistas-leninistas en un momento de crisis importante del capitalismo y de desequilibrio en el seno del imperialismo.
Es importante entender que, aunque el fascismo es una forma excepcional del Estado Burgués, no es la única: el bonapartismo y la dictadura militar son otras formas de excepción que históricamente el capitalismo prueba para su manutención. El fascismo nace como medio de reorganización, por la vía de la fuerza más brutal, de la hegemonía en el seno de las sociedades donde irrumpe. El fascismo es una categoría histórica y no un concepto abstracto-formal que solo sirve para emplearlo como consigna ante todo espécimen de derecha que se nos aparezca por delante, y es una forma específica de contrarrevolución burguesa en momentos de máxima descomposición del Imperialismo.
En la perspectiva marxista, los análisis de Jorge Dimitrov, Clara Zetkin, Palmiro Togliatti, Antonio Gramsci y hasta los de Nico Poulantzas nos demuestran que los elementos que caracterizan al fascismo, son mucho más profundos que el simple epíteto.
A modo de síntesis diremos que el Estado Fascista (pensemos en el III Reich alemán incluso la Italia fascista) requiere de algunos elementos para considerarlo como tal, y no como otra forma excepcional del Estado burgués: 1) la burguesía monopólica es la hegemónica (por eso España no pasa, a pesar del orgullo franquista, de una miserable experiencia pueblerina de fascismo, eso sí, tan o más sangrienta que la alemana y la italiana); 2) se edificó sobre los escombros de la ofensiva revolucionaria del movimiento obrero y de sus vanguardias comunistas, empleando para ello la movilización de las masas pequeñoburguesas, 3) se modifican radicalmente no solo las relaciones existentes, sino que los aparatos de coerción e ideológicos pasan a ser los predominantes en la constitucionalidad estatal; 4) nace una nueva legalidad: la fascista y, 5) el aparato burocrático se desarrolla de forma exponencial.
Con estos elementos es improbable que podamos denominar al actual Estado Ucraniano como un Estado Fascista, a pesar de que va configurándose en su desarrollo como tal. Ello sin embargo, no niega la existencia de movimientos fascistas en su interior, del apoyo de mafias monopólicas nacidas en el desarrollo postsoviético de Ucrania y de elementos que lo prefiguran, al Estado ucraniano, como el títere necesario del imperialismo para el necesario reacomodo de fuerzas a nivel mundial que le permitan la supervivencia en la actual crisis capitalista.
Los actuales sucesos derivan en posiciones preocupantes en el seno de la comunidad internacional de partidos comunistas y obreros del mundo. En el peor ciclo de la historia del movimiento obrero desde la insurgencia de los tejedores de Lyon en 1831, no es extraño que exista ambivalencias en el seno de los comunistas; más desde que con el triunfo contrarrevolucionario en la URSS, se apoderó de sus cuadros un desánimo, una confusión y un desdén del cual no se emerge a pesar de los intentos que se vienen gestando.
Por ello la importancia de analizar el “problema ucraniano” más allá de las narrativas oficiales que se imponen desde los medios de comunicación, y desde las cancillerías de los Estados; a fin de cuentas partícipes de la misma lógica liberal-burguesa. Los marxistas-leninistas partimos de otros criterios a la hora de analizar la situación internacional.
El “problema ucraniano” se limita a un enfrentamiento entre dos Estados burgueses, a uno se le intenta adjetivar como fascista y al otro como imperialista como forma de ayudar a la toma de posiciones que se circunscriben a tres: 1) Quienes apoyan al “Gobierno legítimo” de Ucrania y por tanto rechazan la “invasión” del “imperialismo ruso”; 2) los que denuncian el carácter imperialista de la situación, llaman a la paz, y recuerdan a los trabajadores y camaradas que se encuentran a ambos lados de la frontera; 3) quienes defienden la “causa justa” del gobierno ruso contra la amenaza fascista y no descartan cualquier instrumento que desnazifique a Ucrania.
Creemos que el punto de partida no se sitúa, para los comunistas hoy en día, ni en Ucrania ni en Rusia específicamente. El punto de partida de análisis ha de situarse en el Donbass: en la capacidad del proletariado industrial de esta zona de forma inmediata, reconocer ante el asalto de los fascistas al poder en Kiev, la necesidad de crear una alianza antifascista que incluye liberales e incluso prozaristas; pero que no se limita a lo étnico-religioso.
El proletariado del Donbass viene resistiendo durante 8 años las masacres infligidas desde Kiev casi en solitario (situación ésta que pretenden mantener los “línea dura” que piden el cese de la invasión rusa, pero que durante esos años no plantearon ninguna resolución ante la resistencia antifascista del Donbass). El proletariado del Donbass adelantó primero medidas nacionalizadoras (burguesas) y luego de expropiación ante los medios de producción; en esa zona la presencia y el papel dirigente de los comunistas no solo es evidente, sino que ha logrado despertar, incluso en el seno de las fuerzas armadas rusas, la necesidad de identificación no solo de los comunistas, sino de incluso unidades que pelean bajo la bandera e insignias soviéticas.
Estos elementos no pueden ser descolocados en análisis geoestratégicos que, a fin de cuentas, solo sirven para posicionar la estrategia del imperialismo que se sitúa en dos tiempos y una banda: “desintegrar” Rusia (viejo anhelo de Washington desde 1946) para dejar el camino libre hacia el otro “enemigo” de occidente, China; y en el camino debilitar al máximo a Europa para que, igual que después de la II Guerra Mundial, la culta Europa trabaje para los cowboys.
Si algo molesta a Washington no es el inesperado accionar de Moscú. Lo que si es un punto que se viene desarrollando es que la política imperialista genera proceso de unificación nacionalista en el seno de Rusia que derivan en elementos contrarios a los buscados. Que ese nacionalismo encuentra de manera más concreta y evidente, argumentos en el ciclo soviético que en la Rusia Imperial; y que lo que hoy comienza a ser un sentimiento in crescendo es el sentimiento que derivan de los avances alcanzados en la URSS, y que no solo se limitan a la Federación Rusa, sino que están sirviendo en los antiguos países socialistas de Europa Oriental, como excusa para retomar la senda de la esperanza perdida ante la llegada de Mc Donald y Mickey Mouse en los noventa.
Analizar a Rusia como un país capitalista —que lo es—, olvidando siete décadas de tránsito socialista es negar el carácter histórico necesario dentro del marxismo-leninismo; pretender igualar a todas las burguesías (bien sectorial o nacionalmente) negando sus particularidades que permiten hablar de burguesías “progresistas” o burguesías reaccionarias, es desconocer el origen real de esa clase social y su existencia en el seno de la lucha de clases.
No se puede analizar la burguesía rusa desconociendo un origen tan diferente al que posee la burguesía inglesa o la estadounidense. El proceso de formación de la burguesía rusa, al igual que en el resto de los países exsoviéticos y socialistas, posee elementos de obligado análisis para comprender los movimientos y procesos actuales. Pretender que el proletariado ruso posee los mismos “clivajes” sociopolíticos que el proletariado inglés, estadounidense o francés, por ejemplo, es desconocer 70 años de existencia del Estado de Obreros y Campesinos con sus errores y desviaciones. Desconocer que el referéndum sobre la desintegración de la URSS y el abandono del Socialismo se ganó, es negar la impronta del socialismo soviético que niega a desaparecer.
La actitud de los comunistas hoy en día ha de ser la de animar, la de solidarizarse, la de combatir con los comunistas rusos y ucranianos que, en la misma trinchera cavada por los comunistas del Donbass, tienen en la mira a un enemigo común. De apoyar su reorganización, de animar a pasar de lo militar a lo político. la actitud de los comunistas hoy en día ha de ser la de entender que en este momento el imperialismo vive su momento de decadencia mayor, que las contradicciones a su interior se desarrollan a su máxima expresión y que, en este momento no sirve mantener las posiciones de la II Internacional en bancarrota, sino retomar las banderas de la III Internacional, las banderas de Lenin y comenzar a desempolvar la reconstrucción del movimiento comunista internacional.
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