Werther Sandoval,
ÚN, julio de 2020.
Werther Sandoval. |
El tapabocas irrumpió entre los atuendos del vestir sin ocultar su intención de apaciguar las ganas que despierta en los humanos los deseos de fusionarse con las personas de sus pasiones.
El barbijo es desagradable, entre muchos motivos por su empeño recurrente y cotidiano de ponerle cortapisas a la pasión que desata el primer encuentro, cuando el lenguaje corporal es un todo dominado por lecturas de sonrisas y miradas.
«En un primer encuentro entre dos personas, los primeros cinco minutos suelen ser el periodo más crítico. Las impresiones formadas en este breve espacio de tiempo tenderán a persistir en el futuro, e incluso a ser reforzadas por el comportamiento posterior, que no suele ser interpretado objetivamente, sino de acuerdo a esas primeras impresiones», dice Wikipedia, sin citar la fuente original.
El excitante juego de señales que nutre el discurso de la sonrisa natural y espontánea en el primer encuentro, ahora está forzado a concentrar sus señales en la mirada y sus alrededores, exigiendo lecturas rápidas y detenidas en condiciones sociales atribuladas y sujetas al control moral.
Es así, porque el barbijo se levanta como un muro frente a la pasión, restando vigor, energía y hasta ira al empuje de las iniciativas que dan ilusión a las relaciones afectivas. La contradicción toma fuerza en las palabras del filósofo alemán Friedrich Hegel, para quien «nada importante en la historia se hace sin pasión», o en la sentencia del novelista francés Honoré de Balzac: «La pasión es universal. Sin ella, la religión, la historia, el arte, la novela no existirían».
Afortunadamente, Ivonne Bordelois, en su texto Etimología de las pasiones, aprecia que «los ojos son paraje privilegiado para la expresión de los afectos desde los más positivos hasta los más destructivos, y es interesante observar cómo el lenguaje va señalando los distintos poderes de la mirada al expresar con sutileza la gama total de sus posibilidades en la expresión del espectro afectivo».
Pero el mismo autor revela una tendencia acrecentada por el tapabocas, ahora que la mirada toma rol dominante en el lenguaje facial. Bordelois destaca: «La vista, que en su origen tiene una orientación decididamente pragmática, parece haber ido evolucionando como el sentido más intelectual, aunque también puede ser un sentido posesivo y depredador».
El alerta en torno a que la vista se ha erguido como sentido posesivo y depredador siembra inquietud, por gozar la mirada de un alto privilegio en el proceso erótico, como lo demuestran los fenómenos del exhibicionismo y del voyeurismo.
«La vista ha originado desde siempre un lenguaje propio para expresar una gran cantidad de estados cognitivos y afectivos», afirma. «La vista que refleja un objeto, proyecta y revela un sujeto al mismo tiempo».
Centrado entonces el lenguaje facial en la vista, la sonrisa como expresión más diáfana y elocuente de la alegría que emerge de la energía del amor queda oculta y confinada, en cuarentena, condicionada a racionalizar su espontaneidad en los párvulos vínculos afectivos.
Al ser la sonrisa empujada a la racionalidad, el amar a quien nos alegra hace que la potencial relación afectiva pierda la vivacidad, el fuego, ardor, entusiasmo y, sobre todo, el ímpetu y la rapidez que demanda esos primeros momentos pasionales.
Frustrado el intercambio facial, la mirada busca entonces otras expresiones del lenguaje corporal que contribuyan a cerrar el enunciado que arrancó en la vista e intento seguir hacia la sonrisa. Y echado a un lado el tapabocas, se lanza hacia abajo con la esperanza de hallar en esas otras siluetas y formas sinusoidales del cuerpo la ira de las pasiones que el barbijo frustró en la sonrisa aplastada por la cuarentena.
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