Armiche Padrón,
Responsable de la Escuela de Cuadros
del Comité Central "Olga Luzardo" del PCV,
24-8-2024![]() |
Nicolás Maduro proscribió al PCV en 2023. |
El
clímax desatado por las pasadas elecciones venezolanas en el seno de la
izquierda, y las muestras de solidaridad automáticas e inescrupulosas (preñadas
por la ausencia de un análisis riguroso, no digamos marxista) de las
direcciones, incluso de partidos comunistas, redundan en al menos tres
coincidencias: primero el carácter anti-imperialista del Psuv, en segundo lugar
en la supuesta contradicción soberanía nacional-imperialismo; y en tercer
lugar, algunos que otros buscando cómo hacerse con parte de la renta nacional
que el Estado (burgués) venezolano administra con el cual se puede viajar a
Caracas y tener estadía en hoteles de 5 estrellas (gastos incluidos). El
resultado final gestó la reunión de una fauna variopinta capaz de lograr
coincidir en un mismo escenario a trorskistas con seguidores de Kim Il Sung, a
socialdemócratas con marxistas, y la presencia de feministas y accionistas del
movimiento LGTBI al lado de pro-Ayatholas.
Hemos
insistido en que la ausencia del análisis de clases, tan de moda desde la
década del 60 del siglo pasado y hoy canonizado por el posmodernismo y sus
teorías bastardas de corte regional, aunado a la moda de concepciones
idealistas, traen como consecuencia obligada, quedar atrapados por la mitología
política tan propia del Caribe. Si a ello sumamos cambiar el internacionalismo
proletario por la solidaridad automática con los Estados burgueses, dirigidos
por una pequeñaburguesía devenida en lumpemburguesía, el escenario de los encuentros
“dispares” en los bares de los hoteles es un hecho evidente.
Un
autor muy solicitado por parte del progretariado actual y por los revisionistas
de siempre es el camarada José Carlos Mariátegui. Suerte de líder espiritual de
los “antidogmáticos”, de los decoloniales y el resto de la jauría oportunista,
la cual solo atienden a citar su famosa frase de que el socialismo no debería
ser «ni
copia ni calco sino creación heroica» (como que ese principio no
hubiese sido asentado por Marx y Engels, corroborado por Lenin, y aplicado por
miles de dirigentes comunistas). Pero empleemos al c. Mariátegui para evaluar
el antimperialismo latinoamericano en general y el madurista en particular, con base en un texto de 95 años de existencia, como prueba de su vigencia y de la
existencia de fenómenos que no dependen de las subjetividades, mucho menos de
su fetichización.
En
dicho trabajo se evalúa las posturas de Haya de la Torre y el Apra peruano en
torno al imperialismo, en perspectiva marxista; y se define la naturaleza y el
carácter del anti-imperialismo latinoamericano sin caer en el cálculo político
del oportunismo o el pragmatismo (a veces monetario) de la ignorancia y la
traición.
El
primer elemento que considera Mariátegui en su texto Punto de Vista Anti-imperialista es el de las “condiciones materiales”
de nuestras sociedades. No parte, a desmedro de los revisionistas, de los
discursos o de posturas moralistas. Mantiene el principio marxista alcanzado
por Marx en 1859 de que el ser social determina la conciencia social y no al
contrario.
Con
esta fundamentación se interpreta el carácter semicolonial de nuestros países,
y Venezuela hoy en día no es la excepción cuando vemos el papel de la
transnacional petrolera Chevron y su participación directa en la industria petrolera
nacional. Esta condición semicolonial garantiza la penetración permanente del
imperialismo (más aún en tiempos de la llamada globalización) en nuestras
sociedades sin necesidad de la presencia militar. Este elemento permite
comprender la nula predisposición, tanto del Estado como de la burguesía, por “admitir
la tarea de luchar por la segunda independencia” (lucha
antimperialista); simple y llanamente las llamadas burguesías nacionales en
realidad no pasan de ser burguesías autóctonas (como bien definió Ernesto Che
Guevara), transnacionalizadas y despreocupadas por la soberanía nacional (por
mayores niveles de autonomía nacional) que, para ellas, no es rentable. Si a
ello le añadimos la particularidad de la sociedad venezolana, dependiente en
extremo de la renta petrolera (actividad económica que se realiza en el
exterior, de manera independiente a las características que asume la
productividad nacional) y que condiciona tanto a la burguesía autóctona (quien
domina la estructura del Estado) como a capas de la pequeñaburguesía que desde
mediados del S. XX (bien como Fuerza Armada, bien como partidos policlasistas)
se les encargó la administración de dicho Estado, es fácil entender la
indisposición de una y otra por la defensa de la soberanía nacional, incluso a su
identificación sincera, con la solidaridad hacia las masas trabajadoras.
Mariátegui
concluía, a partir de estos elementos concretos, que “el factor nacionalista (…) no es
decisivo ni fundamental en la lucha anti-imperialista en nuestro medio”.
A contrapelo de lo que puede presumirse de no pocas notas de solidaridad con la
“victoria” de Maduro (a esta hora de los días ilegítima y con profundos visos
de ilegitimidad crecientes), es que muchos ven en esta victoria
anti-imperialista un avance, cuando en verdad profundizan irresponsablemente
una mayor derrota para los sectores realmente anti-imperialistas. Cita el mismo
Mariátegui la tesis aprista: “somos de izquierda (socialistas) porque
somos anti-imperialistas” y continúa, en lo que para nosotros es la
descripción perfecta del madurismo…, “El anti-imperialismo resulta así elevado a
la categoría de un programa, de una actitud política, de un movimiento que se
basta a sí mismo y que conduce, espontáneamente, no sabemos en virtud de qué
proceso, al socialismo”. Es a un proceso de igual naturaleza y
características que algunos izquierdistas y comunistas defienden con sus
insípidas declaraciones de solidaridad. Proceso en el cual existe una “superestimación
del movimiento anti-imperialista, a la exageración del mito de la lucha por la
“segunda independencia”, al romanticismo que estamos viviendo”.
La
ausencia de un análisis de clases, científico, impide advertir que lo que nació
como una revolución democrático-burguesa con visos de poder transitar a formas
de socialismo más acabadas, iniciada por Chávez, caducó. Murió desde el momento
en que fue incapaz de batirse a duelo con las condiciones materiales de
existencia; falleció desde el momento en que aunque fue capaz en su primera
década de movilizar a las masas obreras y campesinas, incluso a sectores
nacionalistas de la burguesía y la pequeña burguesía, no entendió que a pesar
de ello no se alteraban los antagonismos de clases. El madurismo es,
simplemente, el ciclo post “revolución bolivariana”. Asume el discurso
anti-imperialista pero los sujetos que lo exclaman (la burguesía autóctona,
parasitaria y capas de la pequeña burguesía; ambas lumpenizadas al calor del
rentismo) desde el poder no pueden, están negados a desarrollar una política
anti-impeialista más allá de un discurso que se contradice con las políticas
económicas de alianza con la oligarquía financiera internacional (caso del
vínculo con Rothschild y su vinculación directa al Banco Central de Venezuela),
de articulación plena como las transnacionales (si no basta con Chevron,
hablemos de la sionista Nestlé).
El
madurismo, al igual que el aprismo analizado por Mariátegui ”no
parece haber obtenido en ninguna parte de América Latina mayores resultados.
Sus prédicas confusionistas y mesiánicas, que aunque pretenden situarse en el
plano de la lucha económica [solo buscan] impresionar a la pequeña
burguesía intelectual”. Históricamente, Mariátegui lo plantea y todo el
siglo XX lo reafirmó. El populismo latinoamericano (entendido este no en
perspectiva moralista, sino como expresión de la radicalización de capas pequeñas burguesas y su búsqueda por ser parte de la dirección política en las
sociedades semicoloniales) siempre ha derivado en tendencias reaccionarias.
Pensemos en el APRA peruano, en el PRI mexicano, en la AD venezolana… (en el
PSUV) como expresiones que en el tiempo no pasan de ser expresiones populistas
pequeñoburguesas al servicio del gran capital, fundamentadas en el caudillismo
místico decimonónico.
La
pequeña burguesía puede, por momentos, arroparse en el nacionalismo
revolucionario. Puede incluso asumir posiciones anarcoides y desear desatar el
fuego más inclemente. Sin embargo, por naturaleza, se resiste a la
proletarización. Le teme en el fondo porque así se socializó, así fue educada.
Y esa pequeña burguesía, cuando deviene en factor de poder, sobre todo en una
sociedad rentista como la venezolana, no duda en explorar las mejores
condiciones que le otorga la “inversión extranjera”, asume retos para acelerar procesos
de acumulación (legales o no) que la distancien de esa posibilidad de
proletarización. Deviene, al final, en grupos mafiosos articulados con las
fracciones principales de la burguesía autóctona, aquellas mejor articuladas
con las transnacionales imperialistas, y solo les queda mantener un discurso
radical, anti-imperialista sin contenido ni, mucho menos, estrategia de clase.
Solamente
el anti-imperialismo funciona desde la concepción científica y materialista,
desde la postura marxistas, en razón de oponerse
al capitalismo. Que no quepa duda de la posición de los comunistas venezolanos
a pesar de los aires de algunos hermanos. El tiempo es inexorable. La historia
no solo absuelve, también condena. Nuestra postura de denuncia contra el
bonapartismo desatado en Venezuela no parte de subjetividades, de pragmatismo,
mucho menos de posturas oportunistas. Deviene al calor de la lucha de clases,
se concreta en el análisis materialista de las clases y sus desplazamientos, se
asume colectivamente. Pero sobre todo, se sitúa al lado de las masas trabajadoras
de la ciudad y del campo.
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