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viernes, 9 de febrero de 2024

MADURO: ¿continuidad o traición?

Armiche Padrón

Responsable de la Escuela de Cuadros 

del Comité Central "Olga Luzardo" del PCV,

9-2-2024.


Armiche Padrón.
Elemento básico en el análisis marxista de los fenómenos es comprenderlos en su movimiento de manera integral, y en la atención directa a las contradicciones internas y externas a las que se ve sometidos. Pero no basta con esto. Situar al fenómeno, si a un fenómeno social nos referimos, pasa de manera obligada por situarlo en el escenario dialéctico de la lucha de clases como piso determinante que lo define en su desarrollo histórico. 

 

Por tanto, poco importa al análisis marxista los valores, creencias o miserias; las corazonadas o expectativas que poseamos con respecto a los fenómenos. En tanto elementos de la realidad objetiva, los mismos poseen una cualidad extraña a lo que podamos pensar de ellos. 

 

El caso del autodenominado “chavismo” (y el resto de las variantes “progres” o “woke” existentes en la actualidad), por tanto, no puede ser estudiado desde las simpatías o rabias, sino en razón de los fundamentos ya esbozados, so pena de desarrollar opiniones de tipo oportunista, bien de derecha o de izquierda.

 

Al igual que el “peronismo”, no podemos dejar de comprender la emergencia de estos fenómenos en Latinoamérica sin atender que los ciclos de la reproducción ampliada del capital, con sus altos y bajos, que llegan a conformar escenarios en los que los sectores medios y pequeña burguesía se encuentran con condiciones objetivas y subjetivas en las que el desarrollo capitalista les impone insurgir en la escena política, de formas tales, que les llevan a liderar procesos que se presentan, en las primeras de cambio como novedosos y potentemente revolucionarios. Nada nuevo. 

 

Ya Marx y Engels (1850) analizaban el policlasismo alemán y el liderazgo de la pequeña burguesía subrayando su heterogeneidad (presencia de sectores progresistas de la gran burguesía y tendencias políticas en el seno de la pequeña burguesía) y remataban su análisis al Comité Central de la Liga de los Comunistas alertando, «la pequeñaburguesía democrática tiende a un cambio del orden social que pueda hacer su vida en la sociedad actual lo más llevadera y confortable».

 

Como vemos, la naturaleza y desarrollo de las pequeñasburguesías liderando procesos sociopolíticos no están circunscritas ni al espacio ni al tiempo, como pretenden los posmodernistas; aquellas vienen dadas, sí, a partir de cómo el modo de producción capitalista se desarrolla, domina y se articula con otros modos de producción en el marco de una formación económico social dada.

 

En el caso venezolano, el papel de las Fuerzas Armada, en tanto expresión mayoritaria de las pequeñaburguesía y capas medias que la conforman y dan rostro a su oficialidad, podemos encontrar elementos constitutivos de su protagonismo político desde los albores mismos del S. XX. 

 

Otro elemento a considerar, más contemporáneo, es la penetración alcanzada por sectores “utraizquierdistas” (oportunismo de izquierda) con fuertes dosis de espiritualismo filosófico-místico que marcan en su origen al liderazgo principal del chavismo, y que a partir de esa espiritualidad, se articulan de manera importante con expresamente religiosos. 

 

Otro elemento a tener en cuenta está en la tradición latifundista, originada en las decimonónicas, cuando el Ejército Libertador otorgaba tierras conquistadas a sus soldados como forma de pago por los servicios, que derivó en un proceso de concentración de tierras en la alta oficialidad de la institución, en desmedro de la soldadesca apuntalando el fenómeno del caudillismo y las dos formas de producción preponderantes en el agro venezolano (el latifundio y el conuco); y que aún hoy en día pervive bajo la identidad General-hacienda.

 

Pensar que la pequeñaburguesía que inicia el proceso político venezolano en el ocaso del S. XX es homogénea (en términos de intereses materiales, de naturaleza social y de visión ideológica); pensar que la alianza que está conformó con la presencia de lo que Marx denominó «gran burguesía progresista» también refería a un sujeto homogéneo, no puede considerarse más que un torpe esfuerzo mecanicista en el orden teórico, con consecuencias políticas reaccionarias en el seno del proletariado.

 

Al partir de la realidad concreta es bueno recordar a Lenin: «… un país [con] enorme predominio del elemento pequeñoburgués y la ruina, la depauperación (…) engendra vacilaciones particularmente acusadas en los ánimos de las masas pequeñoburguesas y semiproletarias. Estas vacilaciones llevan unas veces a estas masas hacia el fortalecimiento de la alianza con el proletariado y otras hacia la restauración burguesa» (Lenin, 1921, Sobre la desviación sindicalista y anarquista en nuestro Partido). 

 

El hecho de que el chavismo no rompiese con el sistema de producción, ni dominación burguesa, no exime, obliga, por el contrario, a entender los tonos grises de su recorrido histórico, para darnos cuenta de que a partir del 2013 esas vacilaciones en el seno de la pequeña burguesía dirigente del chavismo se enrumbaron hacia el retorno a la restauración del proyecto originario burgués venezolano, que se intenta implementar desde la década de los 80. 

 

Al ensayo primario de conducir la economía en tiempos de Chávez bajo la inspiración keynesiana, lo que implicaba una distribución de la Renta Petrolera más socializada (sin que ello significase desatender el parasitismo tradicional burgués), se le terminó por imponer, en el periodo madurista, una visión antagónica (en el seno de las visiones liberales de la economía) marcada por los dogmas monetaristas.

 

Para el marxismo, este cambio de “ánimo” lejos de circunscribirse a la interpretación psicologista, expresa los movimientos que se generan en el marco de la producción social y las necesidades de ajustar las alianzas sociales para mantener con vida la reproducción ampliada del capital. 

 

Estos sectores, las capas medias y pequeña burguesía, otrora radicalizados y cercanos al movimiento obrero, de manera progresiva se vienen transformando en grupos con una alta concentración de capital devenida, de manera principal, del proceso de corrupción socializado  en nuestro país y que trata de ser velado bajo las condiciones de “guerra”, de “bloqueo”, de “asedio” (cuestionables en la medida que no son el único ingrediente de la crisis que vive la sociedad venezolana); que de manera directa ingresa en los mecanismos financieros que la oligarquía parasitaria dispone para compartir ese botín. 

 

Ello nos recuerda la caracterización dada por Engels «… la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo tanto más seguro», mediante la «… corrupción directa de los funcionarios» y en segundo lugar gracias a la «alianza del gobierno con la Bolsa» (Engels, 1884; El Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado).

 

En términos concretos, el período madurista puede explicarse como el momento en el que la pequeñaburguesía rearma su alianza y coloca en la vanguardia a las fracciones tradicionales del bloque en el poder que durante el periodo de Chávez habían sido “golpeadas” en el seno de la alianza, pero que ahora pasaban a dominar la misma a cambio de que la pequeñaburguesía mantenga la dirección del proceso. 

 

La burguesía comercial-importadora y la burguesía financiera, pasan de nuevo a poseer un carácter preponderante en el seno del bloque en el poder y obliga a la pequeñaburguesía a celebrar ajustes en el sistema de dominación (desmontaje acelerado de la plataforma jurídica, social, económica y política progresista alcanzada en los primeros años del chavismo) que le permitan a estas fracciones garantizarse los beneficios en un momento complejo de las contradicciones intercapitalistas e interimperialistas a nivel mundial.

 

Plantearse una continuidad, una homogeneidad del proceso político progresista venezolano, no pasa de ser una infantilada propia del pensamiento visceral. La concepción marxista-leninista de la acción revolucionaria obliga a develar los fantasmas con los que la realidad se presenta, para hurgar en la esencia de los fenómenos. Sólo de esta manera se le podrá anunciar al proletariado la alternativa real a los programas fantasiosos de la socialdemocracia que aún son incapaces de superar las ideas primigenias de Bernstein y Kautsky. 

 

El uso de epítetos en el análisis político pueden dejarse pasar cuando llevan una intencionalidad agitativa, por tanto, organizativa, pero con la claridad que pueden conducir a un accionar errado. La claridad del diagnóstico es la base para organizar la acción revolucionaria correcta. Confundir el cáncer con el virus de la gripe demuestra que entendemos que existe una enfermedad, pero a la hora de tratarla, el paciente sufrirá las consecuencias de nuestro error.

 

El madurismo, en tanto expresión de un nuevo cuadro de alianzas que resucitan el bloque en el poder que agonizaba en el último mandato de Rafael Caldera, representa una traición, no al proletariado revolucionario, mucho menos al marxismo-leninismo. El madurismo representa una traición a los intereses materiales y a la visión pequeñoburguesa radicalizada de fines del S. XX de «hacer su vida en la sociedad actual lo más llevadera y confortable» en su intento de superar la crisis orgánica que vivía (vive) la sociedad venezolana. 

 

Pequeños sectores lograron un proceso de acumulación ilegítimo que los deslindo del resto y viene de manera progresiva, alimentando su autoridad a partir del ideario de que sus programas fantasiosos unirían la sociedad venezolana en torno a idearios identitarios, religiosos y de valores tradicionales burgueses.

 

El problema político concreto es cómo aprovechar las contradicciones generadas por ese replanteamiento de la alianza de clases surgida en el bloque en el poder en favor del proletariado, cómo este plantea un programa que exprese los intereses de las masas que ahora se ven (o siempre han estado) fuera de las intenciones políticas de quien está o acceda al poder. El problema político concreto se encuentra en cómo atraer (no cómo alejar) a la mayoría de las masas trabajadoras.

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