Armiche Padrón. |
Lo cierto es que desde hace décadas el chavismo viene, bajo el idealismo robinsoniano, en ese ritornello de “inventamos o erramos” que, en su revisión histórica, apunta más a los fracasos que a los “inventos” duraderos. Y decimos esto porque los experimentos en materia de producción pasan en la Venezuela contemporánea, desde los primigenios intentos por cooperativizar el tejido productivo (2003), y que supuso toda una elaboración metateórica y jurídica, además de la asignación de ingentes recursos en una sociedad movilizada para construir el socialismo desde esa perspectiva. El resultado en la Misión "Che Guevara" (instrumento administrativo que permitió la transferencia de la renta petrolera a este experimento) permitió el nacimiento de algunas cooperativas productivas (básicamente agrícolas y algunos ensayos manufactureros), pero se despeñó en la ventilación de cooperativas de servicios (taxis, peluquerías y comida callejera) lo que dio fin al "invento", cuando se advirtió que al final de cuentas esas cooperativas, ni terminaban sumando al desarrollo productivo nacional, ni mucho menos rompían con la lógica capitalista, pues terminaban exacerbando la “propiedad privada” como alter ego del “progreso”.
Poco después (2006) el cooperativismo dio paso a la moda de las “empresas de producción social”. El término “cogestión” pasó a ser la categoría diferencial del proyecto bolivariano y el resultado fue, ni más ni menos, que el trasvase del aparato burocrático que garantizó la quiebra de empresas como “Diana”, erigida en su momento como puntal de la cogestión bolivariana. Sería a finales del 2009 y comienzos del 2010 que “superando” el cooperativismo y la cogestión, se marca como nuevo experimento las comunas en tanto elemento básico de cooperación, “capaz” por sí mismo de trascender las capacidades destructivas del capitalismo. Al tomar en cuenta la consigna ¡Comuna o Nada!, doce años después de su irrupción en la escena nacional, el resultado a todas luces es: ¡Nada!.
En el giro monetarista-entreguista de la actualidad se sigue el perfil de “inventamos o erramos” (la cuenta histórica es 3 inventos y 3 fracasos) y ahora se lanza la “novísima” idea del emprendimiento que, hay que apuntarlo, aún a estas horas intenta ser articulado con la idea de las comunas, aunque su efecto se va perdiendo por la misma naturaleza del “emprendedor”.
La idea del emprendimiento ni es nueva ni es revolucionaria, ni siquiera es progresista. Como tampoco son las anteriores. La capacidad de ciertos sectores “de izquierda” de armar propuestas programáticas fantasiosas y proponer políticas evolucionistas (de emprendedor a pequeño comerciante o productor, de ahí a gran empresario) se sustentan en la idea de generar esperanzas ante la crisis económica, basándose en una rápida, y hasta milagrosa, superación de las condiciones en que viven las masas trabajadoras. El mutualismo de Proudhon, el cooperativismo de Lasalle, la sociedad socialitaria de Dühring, el “socialismo democrático”, las organizaciones de trabajadores con capital estatal también de Lasalle, o el emprendimiento de Bernstein son parte del baúl de los recuerdos de quienes comienzan la fuga anárquica ante los embates del capitalismo en crisis. En todas ellas privan las representaciones precientíficas del proletariado ante la subsistencia de formas tradicionales (comunitarias) de existencia y de modos tradicionales de producción, que terminan permitiendo que se pase del fetichismo de la mercancía al fetichismo de la productividad.
Termina sucediendo en Venezuela algo que ya Marx refería a la Francia del Siglo XI «el pequeñoburgués hace lo que normalmente debiera hacer el burgués industrial; el obrero hace lo que normalmente debiera ser la misión del pequeñoburgués; y la misión del obrero, ¿quién la cumple?, nadie».
La idea del emprendimiento nace desde el momento en que se niega la tendencia histórica del capitalismo por aumentar los niveles de concentración y centralización del capital, originando un desplazamiento (la quiebra) de la pequeña producción por la gran producción, en todos los sectores de la economía capitalista. Ante esto, los revisionistas desarrollan la idea fantasiosa (y temporal) del “emprendedor” (sea individual o asociado) con el cual alimenta el ego de las capas medias y las ilusiones del proletariado con la bondad de un pequeño crédito y el apoyo, ¡rodilla en tierra!, de los funcionarios del Partido-Gobierno, para garantizar una salida heroica de la crisis. Mientras, el capitalismo sigue en su tendencia a la concentración, y se repetirá la historia, esta vez no como tragedia ni como farsa, sino como un gran embuste miserable.
La idea del emprendimiento se vuelve a proponer, esta vez en una coyuntura, la venezolana, en la que la burguesía autóctona renunció definitivamente a cualquier pretensión de autonomía (era la propuesta esencial de Chávez); en donde la pequeñaburguesía radical renunció a cualquier esfuerzo socialista (en cualquiera de las modalidades que Marx y Engels caracterizaron en el Manifiesto del Partido Comunista en 1848); y una coyuntura en la cual al proletariado, verdadera y única víctima de la actual crisis, solo le queda el romper sus cadenas sin temer a perder más nada, pues la tendencia a transformarse en un semiproletario es ya una realidad.
Así, al Gobierno como expresión concreta del Estado burgués, y mientras convence a las transnacionales de “invertir”, de ahí la cacareada Ley Orgánica de las Zonas Económicas Especiales, solo le queda hacer la función de malabarismo proponiendo una pequeña parte de la renta para estimular la innovación individual, para la libre demostración de las ganas por un futuro mejor, mientras la economía real, la nacional, la capitalista, sigue su inexorable marcha a reconformar a nuestro país como un país más rentista, más dependiente y con una crisis cada vez más profunda. Así como en el trabajo asalariado la plusvalía (trabajo no pagado) parece pagado, en el caso del emprendimiento sucede algo parecido cuando se disfraza el pequeño crédito como política de redistribución de la renta con un carácter “democrático” y “socialista”. El hecho de que el trabajo asalariado no es la única forma de empleo de la fuerza de trabajo, abre espacio para que el capital siga su recorrido en la fragmentación de su oponente histórico: el proletariado. Se le fragmenta por identidades (género, raza, religión) y ahora se le añade la oportunidad de brindarle un “ascenso” que, aunque momentáneo, será “suficiente” para desmovilizar.
La grave crisis provocada por el capitalismo made in Venezuela, y aderezado por la ofensiva imperialista, encuentra descolocada a la dirigencia socialdemócrata, quien apela al archivo histórico del revisionismo y a la farándula del improperio diseñando políticas fantasiosas que no resistirán el embate de la realidad capitalista. Si la consigna esta vez es ¡Emprendimiento o nada!, el resultado ya lo sabemos: ¡Nada!.
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