Armiche Padrón,
Responsable de la Escuela de Cuadros
del Comité Central "Olga Luzardo" del PCV,
4-6-2022.
Armiche Padrón. |
En el fructífero y combativo debate que se generó en la II Internacional entre los revisionistas-reformistas (los socialistas) y los radicales-extremistas (los comunistas) y que germinó el desarrollo de la III Internacional, ese debate aun está presente. Tomemos, como ejemplo, la postura de Rosa Luxemburgo para quien «en cada periodo histórico las tareas de las reformas se cumple únicamente en el marco social creado por la última revolución» De ahí el quid del problema a la hora de dilucidar el carácter de clase del Estado venezolano y del Gobierno de Maduro, quien se debate entre mostrarse como Presidente Obrero o como figura devaluada de la zaga de los Avengers; discursea sobre la profundización del legado de Chávez mientras acelera reformas monetaristas que consolidan la construcción del modelo neoliberal, eso sí, a la venezolana.
Si en la ciencia política anglosajona es definitorio el origen de clase de los dirigentes, la ideología que promueven o el sistema de partidos que lo sustentan para definir el carácter de clase del Estado y del Gobierno, para los marxistas este carácter de clases se expresa, y define, por la selectividad clasista de sus políticas concretas.
Lenin apuntaba en 1905 (El Socialismo y el Campesinado) el peligro de la incomprensión entre el carácter y las tareas de la revolución democrático-burguesa y las de la revolución socialista (proletaria). En el caso venezolano, esta incomprensión calada hasta los tuétanos en la dirigencia socialista venezolana, se adereza con el prejuicio populista, el principismo comunal y el deseo igualitarista propio de los pequeñoburgueses con ínfulas de radicales.
En términos concretos, aquellos que la Historia termina materializando, la única tarea fundamental en deuda en la sociedad venezolana en términos de la consolidación del sistema burgués, radica en el problema agrario, aun caracterizado por el predominio de relaciones de producción precapitalistas y formas de dominación inspiradas en el caudillismo decimonónico. El resto de las “tareas demoburguesas” han sido completadas por la burocracia militar (Juan V, Gómez y Pérez Jiménez) y el aparataje partidista pequeñoburgués de AD, Copei y el PSUV. Pero el problema agrario, pese a los esfuerzos colonizadores perezjimenistas, las reformas agrarias adecocopeyanas, o los fundos zamoranos pesuvistas; se mantiene vigente y con poder dentro de nuestros límites geográficos y sociales.
Las iniciales pretensiones, en términos socialistas, de la Revolución Bolivariana, no pasaron de meras y eclécticas declaraciones o de decretos para el nacimiento de instituciones y empresas socialistas por la gracia del líder, quien esperaba con ello un efecto misericordioso y divino de consolidación del ideario bolivariano del S. XXI. En términos concretos, la Revolución Bolivariana no pasó de ser una continuidad en el “avance progresista” de la pequeñaburguesía que, bajo el auspicio de la renta petrolera, ha conformado su legitimidad desde 1958 bajo el manto de la democracia burguesa…., ¡y nada más!.
Al ser la Revolución Bolivariana, la última revolución, y siguiendo a Rosa Luxemburgo, el carácter de las reformas que hoy en día se plantean y consolidan con la exclusiva participación de burócratas, empresarios y la bendición del Imperialismo, no pasan de ser aquellas que permite el «marco social» construido en lo que va del S. XXI, y que no es otro más que una sociedad pequeñoburguesa y rentista (parasitaria) expresada en un Estado y un Gobierno rentistas (y parasitarios). Le queda al Estado debatirse en sí mismo, a fin de lograr las salidas burguesas a la crisis histórica de acumulación provocada por el agotamiento del modelo rentista petrolero y endulzado con la ofensiva del Imperialismo.
El discurso populista y prejuicioso de los “bonos” que a duras penas salpican la mesa de la familia obrera, contrasta con el flujo de capitales que por diversas vías abonan los intereses de la acumulación burguesa (fundamentalmente los intereses financieros y comercial-importadores). La variante neoliberal bolivariana juega, de manera prodigiosa, pero peligrosa, entre los intereses contrapuestos en el seno del Imperialismo y de los monopolios transnacionales; juega con el parasitismo de los sectores de la oposición liberal y se confía con la crisis ideológica actual del proletariado (fragmentado, minimizado, perseguido y ejecutado). La variante neoliberal bolivariana termina siendo, en la Historia, como una variante que se sitúa entre las reaccionarias (Pinochet) y las progresistas (Evo Morales) para reinsertar nuestras sociedades en los nuevos esquemas (neoliberales) de acumulación capitalistas, impuestos por la oligarquía financiera internacional (Imperialismo). Entre estas variantes (las reaccionarias, las progresistas y la bolivariana) solo media el olor del envase con el que venden sus bondades de progreso, desarrollo o “potencia”, garantizando mayores niveles de sobreexplotación a la fuerza de trabajo.
Buen concepto para definir este proceso es el gramsciano de “Revolución Pasiva”, el cual define aquellos procesos revolucionarios con ausencia del componente jacobino, y cuyo resultante es una sociedad burguesa con altos niveles de autoritarismo mesiánico. Revolución Pasiva, pues, la Bolivariana que termina reajustando el capitalismo sin apelar a la movilización de las masas (todo lo contrario) y mantiene con vida elementos pasados como los terratenientes, el aparato policial-militar, la (s) iglesia (s) y la burocracia.
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