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jueves, 2 de julio de 2020

Diccionario del séptimo mundo

William Osuna,
En Lartillería, N.º 470,
28-6-20, pág. 3.

Karl Marx, 1818-1883.
Karl Marx. Tiene cara de que baila solo (mal), de león platinado. En pleno derecho de su luna canta, en familia toca violín, mientras Jenny exprime la última gota de té y reparte el pan de la escasez.

En su aspecto físico se asemeja a un teólogo suspendido, a un director de orquesta de provincia, donde no llega salario ni instrumento que ejecutar. Si le buscamos color local, nos recuerda a Carmelo Laborit y Héctor Gil Linares. Saboreaba un ron generoso, con buen récord nocturno en las tabernas de Londres. Consideraba que en esos sitios existían focos de subversión, asunto que le permitía conocer las penurias de la clase obrera y el hombre fragmentado frente a la máquina de vapor y otros avances tecnológicos de la época. Dentro de esas diferencias y similitudes, sería bueno apuntar que Héctor Gil Linares también se destacaba como ejecutante del violín, tengo como testigos al Mocho Ledesma y al Negro Monge; de Carmelo Laborit se me plantan aproximaciones de barricadas y luchas, donde justicia e igualdad se emparentaban con heredades devenidas del sabio de Tréveris y su amigo Federico Engels. Los tres eran capaces de violentar la luz de la poesía, solo que Marx lo hacía en griego antiguo e inglés isabelino. Se enseñó la lengua española para leer al Quijote. En aquellos paseos familiares, entre bocados de atún y vinos, le recitaba a Jenny, hijos e íntimos, largas parrafadas de Virgilio y Dante Alighieri.

A veces se refugiaba en el álgebra, las matemáticas y Tucídides. Trabajaba hasta muy avanzada la noche con la ayuda de limonada y tabaco. Como aquel personaje de Antonio Machado, tres veces heredó y tres veces perdió. Para atenuar la pobreza tuvo que vender recuerdos familiares de alto valor y acudir al bolsillo generoso de Engels.

En 1843, contrae matrimonio con Jenny von Westphalen, hija del barón von Westphalen, un acólito del socialismo utópico. De esa unión nacen siete niños, cuatro fallecen en la pubertad por malnutrición y pobreza. Son tiempos de mudanzas y baúl sin nada. Las visitas a la casa de empeño se repiten con frecuencia. Pierde su principal fuente de ingresos, los artículos para el New York Daily Tribune, debido a la guerra civil norteamericana.

Solicita empleo en una oficina ferrocarrilera. Comenta: “Por suerte ¿o debería decir por desgracia? no me dieron el trabajo por culpa de mi pésima caligrafía”. Solamente su esposa era capaz de descifrar esa escritura febril y de encrucijadas sociales. En 1871 escribe en defensa de la Comuna de París, se convierte en el escritor más famoso de su tiempo, la burguesía lo llama “El tristemente célebre Karl Marx o el Dr. del terror rojo”. En 1883, dona su cuerpo a la tierra en Londres, cementerio de Highgate.

Ante el marxismo mecanicista de su época, nos deja una de sus sentencias más asertivas: "No soy marxista". El poeta Roque Dalton nos lega estos hermosos versos: "Tú oh gran culpable de la esperanza oh responsable entre los responsables de la felicidad que sigue caminando".

Su máxima obra según los entendidos (tirios y troyanos) es El capital. En este colosal trabajo del intelecto marxista se circunscribe la historia política, económica y cultural de la humanidad. Su metódica fue elaborada desde el aspecto hegeliano en tanto a las categorías implementadas por este notable filósofo; Marx ubicó de revés toda la metafísica de Hegel y la colocó en el centro medular de los movimientos sociales y sus contradicciones específicas dándole un carácter anti dogmático. En Venezuela se le asume de forma heterodoxa desde los movimientos religiosos, indígenas, afrodescendientes, surrealistas, beat; vale decir: sin muros, libertario en los diversos géneros que asumen los actores sociales en su diversidad y compromiso.

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