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viernes, 19 de junio de 2020

La pandemia y el sistema-mundo (...y V)

Ignacio Ramonet,

Le Monde Diplomatique.

Dr. Ignacio Ramonet.
¿DESGLOBALIZAR?

La pandemia nos obliga también a interrogarnos sobre el modelo económico-comercial dominante. Desde hace cuarenta años, la globalización neoliberal ha espoleado los intercambios, y desarrollado cadenas de suministro transnacionales. La crisis sanitaria ha demostrado que las líneas logísticas de aprovisionamiento son demasiado largas y frágiles. Y que, en caso de emergencia como ahora, los proveedores remotos son incapaces de responder a la urgencia. Todo ello ha demostrado que, en muchos casos, la soberanía de los Estados es muy relativa.

Por extremismo ideológico neoliberal, el mundo ha ido sin duda demasiado lejos en la deslocalización de la producción, en la desindustrialización y en la doctrina del “cero stock”. Ahora, en una situación de vida o muerte, muchas sociedades han descubierto, atónitas, que para algunos suministros indispensables –antibióticos, tests, mascarillas, guantes, respiradores, etc.– dependemos de fabricantes localizados en las antípodas... Que en nuestros propios países se fabrica muy poco... La “guerra de las mascarillas” ha dejado una muy penosa impresión de impotencia.

Desde la crisis financiera de 2008, grupos nacionalistas y populistas de derecha –a los que pertenecen, por ejemplo, los electores de Donald Trump, Boris Johnson, Viktor Orbán y Jair Bolsonaro– ya venían manifestando su rechazo de la mundialización económica. Por otra parte, desde finales de los años 1990, los militantes altermundistas, desde puntos de vista de izquierda y humanistas, también venían criticando con fuerza la ecodepredadora globalización financiera, y reclamando ‘otro mundo posible’.

A estas dos fuerzas, ya considerables, se van a unir ahora, las masas de personas descontentas por la dependencia de sus países a la hora de enfrentar el cataclismo de la Covid-19. Hay como el sentimiento de que, con la mundialización, muchos Gobiernos renunciaron a dimensiones fundamentales de su soberanía, de su independencia y de su seguridad.

Las presiones antiglobalizadoras van a ser muy fuertes después de la pandemia. En muchas capitales se cuestiona el principio de una economía basada en las importaciones. Diversos sectores industriales serán sin duda repatriados, relocalizados. Regresa también la idea de planificar. Ya no escandaliza el recurso a cierta dosis de proteccionismo. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, un ex-banquero, ha acabado por admitir que “nuestro mundo sin duda se fragmentará”, pero que es indispensable “reconstruir una independencia agrícola, sanitaria, industrial y tecnológica francesa. Tendremos que elaborar una estrategia sobre la base del largo plazo y la posibilidad de planificar”.

En lugar de unificar a los pueblos y alentar su entendimiento mutuo, la globalización ha favorecido los egoísmos, las fracturas y el ultranacionalismo. El cierre generalizado de fronteras y el repliegue nacional, en nombre de la protección contra la Covid-19, están reforzando las tendencias unilaterales y nacionalistas alimentadas desde la Casa Blanca por Donald Trump y secundadas, por diferentes motivos, desde otras capitales como Londres, Budapest, Brasilia, Manila, etc.

Desde las reformas impulsadas por Deng-Tsiao Ping en 1979, la potencia que más se ha beneficiado de la globalización económica es sin duda China. Convertida en la “fábrica del mundo”, este país es hoy la única superpotencia capaz de hacer contrapeso, en el tablero mundial, a Estados Unidos. Junto con la Unión Europea, Japón y Corea del Sur, Pekín sigue siendo uno de los mayores defensores de la globalización. Sobre todo desde su adhesión, en 2001, a la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Las autoridades chinas estiman que la antimundialización no resolverá nada y que el proteccionismo es un callejón sin salida porque, en definitiva, nadie puede exportar y todos quedan bloqueados. Lo que el presidente Xi Jinping ha expresado con las siguientes palabras: “Querer repartir el océano de la economía mundial en una serie de pequeños lagos bien separados unos de otros, no sólo es imposible sino que, además, va a contracorriente de la historia”.

En todo caso la hiperglobalización neoliberal parece herida de gravedad y no es descabellado vaticinar su debilitamiento. Incluso se cuestiona la continuidad, bajo su forma ultraliberal, del propio capitalismo...

También se evoca la necesidad de una suerte de colosal Plan Marshall mundial... En todo caso, esta tragedia de la Covid-19 empujará sin duda a las naciones hacia un nuevo orden económico mundial.

LIDERAZGOS

La mayoría de los Gobiernos han defraudado. Zarandeados como nunca en tiempos de paz no han sabido estar a la altura del descomunal desafío. Ni asumir una de sus principales competencias constitucionales: la responsabilidad de proteger a su población. Abundan los ejemplos de dirigentes como Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, que, en un primer tiempo, antes de infectarse y ser hospitalizado en una UCI, minimizaron la amenaza... Johnson apostó al principio por la teoría de la “inmunidad de rebaño”, dejando que la población británica se infectase... Partiendo de la idea de que, si el 60% o el 70% de la población se contagia, eso funcionaría como cortafuegos y detendría la expansión del virus. Hasta que comprendió que si ‘sólo’ falleciera el 3% de la población significaría, para el Reino Unido, unos dos millones de muertos... Otros dirigentes, como Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, siguen exhibiendo una actitud negacionista y califican con risitas la pandemia asesina de “gripecita sin importancia”... Quizás, cuando se derrote al Coronavirus, algunos responsables tendrán que rendir cuentas ante una justicia semejante al Tribunal de Nuremberg...

Muchos líderes se han centrado en dar respuestas locales, nacionales, gestionando la pandemia de manera independiente, sin verdadera coordinación internacional. Cuando es obvio que ningún país, por poderoso que sea, puede vencer la pandemia en un empeño exclusivamente local. Las grandes potencias se han mostrado incapaces de coordinarse a nivel global (¡qué desastre el Consejo de Seguridad de la ONU!) para constituir un frente común planetario y colaborar en la búsqueda de soluciones y salidas colectivas a la crisis. Ninguna voz –ni siquiera la del Secretario General de Naciones Unidas, el Dalai Lama, los Premios Nobel o el propio Papa– ha conseguido hacerse audible por encima del estruendo general del miedo y del furor de este inaudito sacudón.

Si es cierto que en los malos tiempos es cuando surgen los grandes líderes históricos, este momento pandémico de estrés, confusión y descontrol se ha caracterizado, al contrario, por la ausencia de grandes liderazgos a la cabeza de la principales potencias occidentales. El zafarrancho ha puesto particularmente a prueba el temple de algunos de ellos. En particular, ya lo hemos subrayado, Donald Trump que se ha ganado, por su pésima gestión, la distinción de “peor presidente estadounidense de todos los tiempos”. Para él y para unos cuantos más, el nuevo Coronavirus ha actuado como una suerte de Principio de Peter, despojándolos de sus máscaras, dejando al desnudo su impostura y su estrepitoso nivel de incompetencia...

En este escenario volátil, otros líderes en cambio han mostrado visión a largo plazo, anticipación a los hechos y decisión para actuar rápido. Dos son mujeres, y ambas progresistas: la primera ministra de Islandia, Katrin Jakobsdottir, feminista y ambientalista del Partido Verde; y la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, líder del Partido Laborista.

Islandia ha seguido una estrategia única en el mundo ofreciendo tests de Covid-19 masivos y gratuitos a toda la población. Cuando se detectó el primer caso de Coronavirus en febrero pasado, ya el país llevaba semanas haciendo pruebas para detectar el germen en turistas o viajeros que regresaban a su hogar. Katrin Jakobsdottir y su Gobierno pidieron a los que entraban a Islandia que se presentaran en los centros de salud a hacerse test aunque no tuvieran síntomas. Ese método proactivo de intentar identificar el SARS- CoV-2, incluso antes de que apareciera, fue determinante.

En Nueva Zelanda, Jacinta Ardern también tomó muy pronto decisiones más agresivas que en otros países desarrollados, como el confinamiento para toda su población durante un mes, y el cierre total de las fronteras del archipiélago. Su objetivo fue buscar la “eliminación” de la enfermedad, en lugar de la “mitigación” que se aplicó en muchos otros países. La idea era destruir la curva, no sólo aplanarla.

Muchos expertos consideran que Islandia y Nueva Zelanda, junto con Corea del Sur, son las naciones que mejor han enfrentado la pandemia. Pero hay que añadir el caso de Venezuela. Aunque los medios dominantes internacionales se nieguen a admitirlo, el presidente Nicolás Maduro ha sido, en Suramérica, el líder que más pronto entendió cómo actuar drásticamente frente al patógeno. Gracias a la batería de medidas (confinamiento, cierre de fronteras, pesquisaje voluntarista casa por casa, hospitalización de todos los positivos) decididas por su Gobierno –y a pesar del ilegal bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por Estados Unidos, y de las amenazas militares–, Venezuela ha podido evitar los errores cometidos en Italia, en España o en Estados Unidos y salvar cientos de vidas. El “método Venezuela” ha resultado ser uno de los más eficaces del mundo. La OMS reconoció que la cifra de infectados en Venezuela es inferior, en América Latina, a la de Brasil, Chile, Ecuador, Perú, México, Panamá, República Dominicana, Colombia, Argentina, Costa Rica, Uruguay, Honduras y Bolivia.

A propósito de liderazgos, ha surgido una controversia sobre qué tipo de dirigencia ha enfrentado mejor la pandemia, si los gobiernos democráticos o los gobiernos ‘autoritarios’. Es un falso debate. En plena contienda contra el virus, con masas de enfermos asaltando los hospitales, y los sistemas funerarios colapsados por el exceso de muertes, todos los gobernantes, por torpes que hayan sido en la anticipación del ataque viral, han estado a diario en las pantallas de los medios dirigiendo la ofensiva contra el letal enemigo. Como un general de estado mayor capitaneando la batalla final. En ninguna parte ha sido un ‘momento democrático’. Sino la hora de la firmeza y de la determinación. Y eso ha gustado a las opiniones públicas. ¿Se puede deducir de ello que la era postpandémica verá necesariamente el triunfo del autoritarismo en el mundo? No es seguro. Muchos líderes autoritarios han sido lentos y torpes frente al Coronavirus, decepcionaron, disimularon informaciones o mintieron: por ejemplo, Donald Trump en Estados Unidos, Viktor Orbán en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil, Rodrigo Duterte en Filipinas, Narendra Modi en la India, Jeanine Áñez en Bolivia, etc.

En todo caso, a escala planetaria, el nuevo patógeno no pudo ser inmediatamente contenido y enclaustrado en la zona donde apareció. Y esos primeros días de indecisión y desconcierto resultaron decisivos. El germen pudo así escapar de su zona de nacimiento y, con insólita celeridad, conquistar el mundo. Ni siquiera los adeptos más convencidos de las teorías de la colapsología imaginaban que toda la humanidad sería golpeada con semejante contundencia en tan breve tiempo. Apenas han pasado cuatro meses desde el instante (diciembre de 2019) en que los primeros casos de esta nueva neumonía infecciosa fueron identificados en Wuhan. Y en tan corto intervalo, la plaga ha provocado una auténtica crisis sistémica y una interrogación sobre el sentido mismo de la civilización humana.

La pesadilla que estamos viviendo ya ha cambiado nuestras sociedades. Perturbaciones de todo tipo –inconcebibles hace sólo unas semanas– se están produciendo en múltiples aspectos de la vida social, en las relaciones interpersonales, en la política, la economía, los sistemas de salud, el rol del Estado, las tecnologías, las comunicaciones, las relaciones internacionales... Decenas de Estados –incluso en el seno de la Unión Europea– han cerrado sine die sus fronteras o las han militarizado. Muchos países y centenares de ciudades han instaurado el toque de queda por vez primera en tiempos de paz. Millones de personas han renunciado a la libertad de movimientos. La vida democrática se ha visto completamente perturbada. Decenas de procesos electorales han sido pospuestos o suspendidos. Las Fuerzas Armadas más poderosas no escapan al contagio. Están replegando combatientes, retirando navíos y confesándose inoperantes en esta extraña guerra contra un enemigo invisible. Las principales líneas aéreas han cerrado sus vuelos, dejando varados en las cuatro esquinas del planeta a centenares de miles de viajeros. Las competiciones deportivas más importantes –incluidos los Juegos Olímpicos, la Liga UEFA de campeones, el Tour de Francia– han sido suspendidas y aplazadas. Media humanidad anda ahora con mascarilla de protección mientras que la otra mitad desea también ponérsela... pero no las encuentra.

¿Cómo será el planeta cuando termine la pandemia? El mundo va a necesitar voces autorizadas, con carisma y fuerza simbólica, que muestren el buen camino colectivo para iniciar una etapa nueva, como se hizo después de la Segunda Guerra mundial. La ONU deberá reformarse y dar entrada, como miembros permanentes del Consejo de Seguridad, a nuevas naciones como la India, Nigeria, Egipto, Brasil y México, más representativas de la realidad del mundo contemporáneo.

Con el fracaso del liderazgo de Estados Unidos se abre un peligroso vacío de potencia. El juego de tronos se relanza peligrosamente. La Unión Europea, como hemos visto, también ha salido mal parada por su decepcionante falta de cohesión durante la pandemia. China y Rusia en cambio han consolidado su rol internacional prestando asistencia a muchos países desbordados por el colapso de su sistema sanitario.

¡Han ayudado incluso a Estados Unidos! Hemos visto imágenes insólitas: aviones militares rusos aterrizando en Italia, ofreciendo médicos y distribuyendo material de salud. China ha donado a un centenar de países millones de kits de detección, mascarillas, ventiladores pulmonares, escafandras protectoras y toda clase de logística sanitaria. “Somos olas de un mismo mar, hojas de un mismo árbol, flores de un mismo jardín”, decían hermosamente los contenedores que China ha ofrecido a buena parte del mundo. La influencia internacional de Pekín ha crecido.

FUTUROS

Todos los países del planeta siguen enfrentando –al mismo tiempo y por primera vez– la embestida de una suerte de alienígena... La pandemia va para largo. Y es posible que el virus, después de mutar, regrese. Tal vez el próximo invierno... Dada la enormidad de lo que está ocurriendo, se avecinan cambios. Aunque nadie sabe cuáles serán los posibles escenarios que se impondrán. Las incertidumbres son numerosas. Pero está claro que puede ser un momento de rotunda transformación.

Las cosas no podrán continuar como estaban. Una gran parte de la humanidad no puede seguir viviendo en un mundo tan injusto, tan desigual y tan ecocida. Como dice uno de los memes que más han circulado durante la cuarentena: “No queremos volver a la normalidad, porque la normalidad es el problema”. La ‘normalidad’ nos trajo la pandemia...

Esta traumática experiencia debe ser utilizada para reformular el contrato social y avanzar hacia más altos niveles de solidaridad comunitaria y mayor integración social. En todo el planeta, muchas voces reclaman ahora unas instituciones económicas y políticas más redistributivas, más feministas y una mayor preocupación por los marginados sociales, las minorías discriminadas, los pobres y los ancianos. Cualquier respuesta post-pandémica debería apoyarse, como sugiere Edgar Morin, en “los principios de una economía verdaderamente regenerativa, basada en el cuidado y la reparación”.

El concepto de ‘seguridad nacional’ debería incluir, a partir de ahora, la redistribución de la riqueza, una fiscalidad más justa para disminuir las obscenas desigualdades, y la consolidación del Estado de bienestar.

Se desea avanzar hacia alguna forma de socialismo. Es urgente, a nivel global, la creación de una renta básica que ofrezca protección a todos los ciudadanos en tiempos de crisis... y en tiempos ordinarios.

Los sistemas de salud deberán ser públicos y universales. Haber gestionado los hospitales como empresas ha conducido a tratar a los pacientes como mercancía. Resultado : un desastre tanto humano como sanitario. En todo caso, hay unanimidad para pedir que la vacuna contra la Covid-19, cuando se descubra, sea considerada un ‘bien público mundial’, y sea gratuita y accesible para toda la humanidad. El nuevo Coronavirus nos ha demostrado que, a la hora de la verdad, médicos, enfermeras y personal sanitario son infinitamente más valiosos que los brokers o los especuladores financieros.

Sería inteligente anticipar también la próxima crisis climática, que podría sorprendernos pronto igual que lo hizo el SARS-CoV-2... Detener el consumismo furioso y acabar con la idea del crecimiento infinito.

Nuestro planeta no puede más. Agoniza. Se nos está muriendo en los brazos... Es imperativo acelerar la transición energética no contaminante y apresurarse en implementar lo que los ecologistas reclaman desde hace tiempo, un “Green New Deal”, un ambicioso Acuerdo Verde que constituya la nueva alternativa económica mundial al capitalismo depredador.

Pero de inmediato hay que evitar, como previene Naomi Klein, que bajo los efectos del ‘capitalismo del shock’, los defensores del sistema –Gobiernos ultraliberales, fondos especulativos, empresas transnacionales, mastodontes digitales– consoliden su dominación y manipulen la crisis para crear más desigualdades, mayor explotación y más injusticias... Es preciso impedir que la pandemia sea utilizada para instaurar una Gran Regresión Mundial que reduzca los espacios de la democracia, destroce aún más nuestro ecosistema, disminuya los derechos humanos, neocolonice el Sur, banalice el racismo, expulse a los migrantes y normalice la cibervigilancia de masas.

Por el momento, sociedades enteras siguen confinadas en sus viviendas. Dóciles, asustadas, controladas, silenciosas. ¿Qué ocurrirá cuando se levanten los confinamientos? ¿Qué habrán estado rumiando los pueblos durante su inédito ‘aislamiento social’? ¿Cuántos reproches han estado acumulando contra algunos gobernantes? No es improbable que asistamos, aquí o allá, a una suerte de estampida revoltosa de ciudadanos indignados –muy indignados– contra diversos centros de poder acusados de mala gestión de la pandemia...

Algunos dirigentes ya sienten subir la furia popular... Y después de haber adoptado y defendido durante muchos años el modelo neoliberal, están tomando conciencia de los errores garrafales del neoliberalismo, tanto políticos y sociales como económicos, científicos, administrativos... Ahora esos políticos están prometiendo a sus ciudadanos que, una vez vencida la pandemia, todo se va a enmendar para construir una suerte de ‘sociedad justa’. Proponen un nuevo modelo definitivamente más justo, más ecológico, más feminista, más democrático, más social, menos desigual... Seguramente, acuciados por la situación, lo piensan sinceramente.

Es muy poco probable que, una vez vencido el azote, mantengan semejantes propósitos. Sería una auténtica revolución... Y un virus, por perturbador que sea, no sustituye a una revolución... No podemos pecar de inocentes. Las luchas sociales seguirán siendo indispensables. Como dice el historiador británico Neal Ascherson: “Después de la pandemia, el nuevo mundo no surgirá por arte de magia. Habrá que pelear por él”. Porque, pasado el susto, los poderes dominantes, por mucho que se hayan tambaleado, se esforzarán por retomar el control. Con mayor violencia, si cabe. Tratarán de hacernos regresar a la vieja ‘normalidad’. O sea, al Estado de las desigualdades permanentes.

Pensemos en lo que ocurrió con la pandemia de la “gripe de Kansas” (mal llamada “española”) que se extendió a todo el planeta entre enero de 1918 y diciembre de 1920. ¿Quién la recordaba antes de la plaga actual, aparte algunos historiadores? Todos la habíamos olvidado... A pesar de que infectó a unos quinientos millones de personas –la tercera parte de la humanidad de la época– y mató a más de cincuenta millones de enfermos...

¿Y qué pasó después ? ¿Europa y Estados Unidos construyeron acaso la ‘sociedad justa’?... La respuesta es: no. Las promesas se desvanecieron. La mayoría de los supervivientes de la mortal gripe se apresuraron en olvidar. Un manto de amnesia recubrió el recuerdo. La gente prefirió lanzarse a vivir la vida con un apetito desenfrenado en lo que se llamó los “felices años veinte” (the roaring twenties). Fue la época del jazz, del tango, del charlestón, del triunfo de Hollywood y de la cultura de masas. Una euforia artificial y alienante que acabaría estrellándose, diez años después, contra el crack bursátil de 1929 y la Gran Depresión...

En aquel mismo momento, en Italia, una doctrina nueva llegaba al poder. Estaba destinada a tener mucho éxito. Su nombre: el fascismo... ¿Se repetirá la historia?

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