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domingo, 5 de abril de 2020

Volvamos a hablar del control de precios

15yultimo.com,
Marzo - abril de 2020.

¿Lo aceptarán los monetaristas, de un lado, y los
mercaderes del hambre del pueblo, del otro?
En la película Impacto profundo, esa donde un asteroide se dirige fatalmente a la Tierra, Morgan Freeman, que hace las veces de presidente de los Estados Unidos, decreta un congelamiento de precios en la misma escena donde informa a toda la Nación del inminente desastre que se avecina.

Previendo el estado de conmoción que semejante alerta desataría, el gobierno opta por decretar dicho congelamiento. Y bueno, queda tácito en la historia que aunque haya quienes quieran subir sus precios (y de hecho lo hagan) bien por oportunistas, por talibanes del libre mercado, o por razones políticas (como pasa en nuestro país), existe consciente que se trata de una medida excepcional que tiene una justificación y, por lo tanto, es justa, de modo que debe acatarse.

Pero claro, eso es en el cine, donde todo puede pasar siempre. ¿Pero necesariamente es así en la vida real?

Pues bueno, eso es justo lo que acaba de hacer Donald Trump en los Estados Unidos, para el caso de los insumos médicos y demás bienes esenciales, prohibiendo su aumento y acaparamiento.

Y Macron en Francia. Y Angela Merkel en Alemania. Y Alberto Fernández en Argentina. Y estamos claros que a ninguno de los anteriores (a excepción de Alberto Fenández, claro, peronista/kirchnerista) se puede acusar de comunistas o populistas tercermundistas que no saben nada de economía bla bla.

Solo se trata de gobiernos lo suficientemente pragmáticos como para dejar de lado la ortodoxia de mercado, en el entendido que se encuentran ante una situación muy real de fuerza mayor.

Es decir, no lo hacen por benevolencia ni porque súbitamente hayan cambiado de credo: lo hacen por racionalidad simple. Saben que si dejan que la lógica de “autoregulación” de mercado se imponga, terminará pasando que los bienes más esenciales serán acaparados y sus precios aumentados, por parte de aquellos que, en medio de la circunstancia, quieran hacerse de ganancias extraordinarias.

E incluso, si no son acaparados pero comienzan a escasear porque la demanda supera a la oferta, tampoco es conveniente que los precios suban. Eso no solo puede terminar muy mal (saqueos, etc.): se trata de un aprovechamiento vulgar de la coyuntura que en condiciones normales “puede” tolerarse, pero en las que estamos definitivamente no.

Los Estados Unidos: una larga y rica historia de controles de precios

Aunque a los talibanes del libre mercado nunca les gusta hablar de ello, en los Estados Unidos -la meca misma de la economía capitalista- no es la primera vez que se aplican controles de precios ante situaciones críticas.

Así las cosas, una de las primeras medidas que toma Roosevelt apenas llegado a la presidencia en medio de la Gran Depresión, fue decretar una emergencia económica nacional y, en el marco de ésta, una Ley de Recuperación de la Industria Nacional. Entre otras cosas, esta ley modificó la ley antimonopolio, con el fin de permitir la fijación de salarios, precios y normas de condiciones de trabajo, incluyendo la prohibición del infantil.

Y luego lo volvería a hacer en 1935, al lanzar el programa de la Administración para la Recuperación Económica.

Años después, en plena Segunda Guerra Mundial, se vio Roosevelt en la situación de hacer lo mismo. En aquel entonces, buena parte del aparato productivo gringo se volcó a satisfacer las necesidades del esfuerzo bélico. Esto le imprimió a la economía de ese país una sobremarcha productiva que tuvo la virtud de reducir el desempleo y ampliar la demanda agregada, pero que, en el marco de un flujo comercial global virtualmente paralizado y de destinar los bienes producidos al frente bélico, trajo como resultado a lo interno escasez de productos, y por tanto, olas especulativas de precios.

Para atacar esto Roosevelt creó en 1942 la Oficina de Administración de Precios con el fin de fijar estos últimos. Colocó a la cabeza de la misma a uno de los más prestigiosos economistas de entonces y todo el siglo XX: John Kenneth Galbraith.

La estrategia diseñada por Galbraith fue tanto más osada en cuanto significó extender el control a todos los productos, olímpico esfuerzo considerando el tamaño de la economía en cuestión, pero además, supuso echarse en contra a toda la ortodoxia y sus pronósticos alarmistas. En un artículo de 2008 del periodista argentino Alfredo Zaiat, reseña la historia del modo siguiente: En 1941 Galbraith fue convocado por el presidente Franklin Delano Roosevelt para administrar los precios internos, y aprendió que los libros e ideólogos –en línea con las reacciones de monopolios y oligopolios– harían fracasar la misión si admitía limitar el control a un cierto número de artículos seleccionados... el enfant terrible de Harvard pronto comprendió que debía transgredir ese axioma liberal – casi una herejía por aquellos tiempos– y no vaciló en extenderlo a todos los bienes comercializables”.

Y “contra los pronósticos agoreros, el éxito fue total y ello le generó gran prestigio y respetabilidad. Consiguió mantener así los precios internos en un nivel inferior al 2,0% anual, pese al incesante incremento de la demanda y los altos índices de ocupación que acompañaron al período”. Y concluye que “lo que sus colegas consideraron casi un ‘milagro’ inexplicable; para él era apenas una gran lección que le advirtió sobre la necesidad de someter todo al examen de resultados verificables”.

En 1951, un nuevo control de precios se aplicó en Estados Unidos, en este caso para limitar los efectos especulativos provocados por la guerra de Corea. Ya no fue Galbraith el responsable de administrarlo ni Roosevelt era ya presidente, pero los principios fueron los mismos. Cuando comenzó el congelamiento la inflación era de 11,1% y al final del primer año de 2,1%. Luego se mantuvo en torno al 2,6%.

Los controles de precios se mantuvieron con modificaciones en Estados Unidos hasta la década del 70. Un mecanismo interesante establecido fue el de indexar los salarios a las ganancias, obligando a los empresarios y comerciantes a subir aquellos conforme aumentaban éstas, lo que desincentivaba la especulación. Nixon fue el último presidente en decretar un congelamiento de precios en el contexto de la guerra de Vietnam.

Venezuela: el control de precios de 2003

En nuestro país, ante los actos de sabotaje e insurrección fascista de 2002, el Presidente Chávez se vió forzado a comienzos de 2003 a aplicar un control de precios (junto al cambiario). Mucha tinta ha corrido al respecto. Pero lo cierto es que, si a los números vamos, objetivamente hablando y digan lo que digan, la verdad real es que en la década anterior al control de precios la inflación promedio anual fue de 42,9%. En cambio, en los años del control de precios (2003-2012), la inflación fue de 23,1% anual, es decir, casi 50% menos.

Y si tomamos en cuenta los años posteriores en los que el control fue modificado hasta su desmantelamiento total y reemplazado por esquemas de "acuerdos" de precios, primero, y “autoregulación” después, bueno, la comparación resulta obscena por decir lo menos.

¿Es necesario uno ahora?

Podemos discutir si el control de precios es una situación óptima, si nos gusta o no nos gusta, si las “leyes” del mercado para allá o para acá. Tal vez no sea la óptimo. Pero tampoco lo es y a nadie le gusta andar con guantes, tapabocas, no poder salir de casa, etc., no obstante, estamos claros y claras que nos guste o no, es lo necesario en las circunstancias críticas en la que nos encontramos.

Mutatis mutandis: todo indica que un control de precios de emergencia es necesario en los actuales momentos (complementado con otras medidas), sopena las cosas se salgan de curso, los especuladores hagan su agosto, la gente se desespere y todo lo alcanzado en el frente epidemiológico se pierda.

Aunque más lento de lo deseado y de manera bastante tímida (de los bonos está pagando, el más alto no alcanza para comprar un kilo de limones) el gobierno hace un esfuerzo para que la crisis afecte lo menos posible a las familias. Pero una vez más el sector privado no está ayudando, se sienten cuántas veces se sienten a jurar sus buenos propósitos. ¿Vamos a deja que se salgan con la suya una vez más, sabiendo además que el epidemiológico no es el único peligro que se cierne sobre el país?

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