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domingo, 26 de abril de 2020

Aquella UCV se irguió ante la Gripe Española

Werther Sandoval,
ÚN, 26-4-20.

[El escrito siguiente nos conduce, desde este rincón oriental, no tanto a pensar en la UDO en los términos de otros tiempos que ya no son; y no solo a preguntar por sus estudiantes, sino también a interrogar en relación con el resto de sus importantes activos: obreros, empleados y docentes-investigadores. Y hacerlo, por favor, de la forma más autocrítica posible, sin lloriqueos ni "autocríticas del otro" (Roberto Hernández Montoya dixit). ¿Dónde estamos? ¿Qué estamos haciendo por "el otro"? Pero, como "el otro" soy yo, entonces me atomizo en aras de lo mío; luego, "el otro colectivo", en días cuando el último vocablo se ha renovado de forma espectacular y mandó al cipote al capitalismo y sus antivalores (aunque sea por algún tiempo), las señales que emitimos desde aquí no son muy esperanzadoras que digamos. Ndecc].

Hoy vencida por las sombras...
Los universitarios lideraban las obras pías, las labores sociales, las cruces rojas filantrópicas ultrajadas por la tiranía de Juan Vicente Gómez.

Todos sin poder estudiar, ya que la Universidad Central estuvo clausurada desde 1912 hasta 1923, narra José Rafael Pocaterra, en su obra Memorias de un venezolano de la decadencia, en su capítulo XIX, calificada como la mejor crónica del ataque de la pandemia a Caracas, ocurrida entre 1918 y 1919.

Un grupo de niñas valerosas abrió un local y pusose a la obra de preparar medicinas y organizar servicios de alimentación. Mientras Caracas alimentaba y curaba y hasta remitía dinero y recursos para otras poblaciones del interior atacadas ya por la epidemia, Gómez, sus familiares y sus jenízaros engullían en San Juan de los Morros tajadas de buey y esperaban los periódicos de la capital, previamente desinfectados, para enterarse de los ‘muérganos centrales’ que se iban muriendo”. Generaciones marchitas, sin florecer, con grilletes que se soldaban por doquier.

Esos eran los tiempos turbulentos del general Gómez.

Recoge el portal Prodavinci que un día de noviembre de 1918, Pocaterra se anotó junto a 15 estudiantes en las jornadas sociales que realizaban para atender a los contagiados de la gripe española en Caracas. La experiencia le permitió vivir en primera persona una realidad desconocida en la urbanidad caraqueña, la miseria del gomecismo.

El recorrido empezó en el Dispensario de la Cruz Roja en Tienda Honda, que era administrado por el Consejo Central de Estudiantes. Un bunker de medicinas y víveres para repartir en las adyacencias del centro capitalino. Varias zonas todavía conservan sus nombres. Otras ya no. Agua Salud, Catia, Guarataro, Santa Rosa, Sarria y Pagüita eran algunos de los más de 40 sectores beneficiados con la caridad universitaria. 17 automóviles se despachaban del dispensario para suministrar los recursos.

Dice Pocaterra que era una obra de muchachos acomodados, que decidieron tender la mano a los menesterosos, muertos de hambre y de enfermedades: “Se tendrá una idea de lo que significan los estudiantes de Caracas en la actual epidemia al constatar que ellos tienen a su cargo el reparto de víveres, la asistencia médica y el despacho de fórmulas a domicilio (...) Y cuando ocurre alguna defunción en uno de estos lugares y se solicita auxilio, parte inmediatamente un automóvil con la urna respectiva, que se fabrica en la carpintería de la esquina de La Palma, y que se envía del mismo modo que el carro mortuorio especial”.

Durante la pandemia, aquella UCV lideró la solidaridad. Era otra UCV.

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