Alfredo Ponce,
Especial para Tribuna Popular (Nº 2.960),
27-04-2016.
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Antonio Gramsci (1891-1937) A 87 años de su siembra. |
Dos cosas hacen levantar este artículo
sobre el camarada Antonio Gramsci: 1) desmentir su desvinculación con el
Marxismo-Leninismo (alentados por los académicos trotskistas); y 2)
desmitificar una supuesta “convicción humanista” absoluta que rechaza la
violencia revolucionaria. Para aprovechar estos planteamientos, le sumaremos
otra importante cuestión, la construcción del Hombre Nuevo.
El movimiento reformista europeo ‒que nunca
nada ha conquistado y mucho menos ha organizado‒, necesitó referentes para
echar andar sus pretensiones al abandonar el marxismo-leninismo (desde las
primeras décadas del siglo XX) asegurando que con la violencia revolucionaria a
nada se podía llegar. Negaron la lucha de clases y legitimaron los artilugios y
mecanismos de la democracia burguesa como única vía para alcanzar el Poder.
El
eurocomunismo ‒consolidado como tendencia reformista en la década de 1970‒ ante
la ausencia de una guía real para su incurable intensión, procuró usar como
bandera la imagen del camarada Antonio Gramsci; en que, por ejemplo, José María
Laso, uno de los ideólogos reformista del reformista Partido Comunista de
España (PCE), etiquetó a Gramsci como un “precursor del eurocomunismo”. Para
ello, se aprovecharon de que el Partido Comunista Italiano (PCI), dirigido por
Palmiro Togliatti, a finales de la II Guerra Mundial (1944-45) empieza un viraje
radical (Giro de Salerno) traicionando
todo lo que Gramsci había conquistado para la toma revolucionaria del Poder,
desmovilizando las milicias partisanas, y asimilando completamente las formas y
métodos de la democracia burguesa y su parlamentarismo.
En Venezuela, el caso más connotado de
transfuguismo revisionista ‒que naturalmente degeneró hacia el reformismo‒
fue el Movimiento al Socialismo (MAS),
encabezado por Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff, que, en 1980, al ser éste
último elegido como presidente de la organización, la embajada norteamericana,
y la rancia socialdemocracia fueron a
celebrar su ascenso.
Los principales difusores del
la literatura manipulada de Gramsci han sido los académicos trotskistas, con el
mero propósito de despreciar al leninismo y, por consiguiente, a la militancia
comunista. Tal es la intensión del trotskismo: dividir, asfixiar y debilitar al
Movimiento Comunista Internacional que lucha bajos las banderas del
Marxismo-Leninismo.
Actualmente, Néstor Kohan ─un
vehemente académico trotskista─ no pierde oportunidad en cuanto libro o
artículo escribe sobre Gramsci, para situarlo como un marxista occidental que
desprecia al “marxismo soviético”, a Stalin y “seduce a Trotski” en su idea de
la “revolución permanente”.
Ante este absurdo, el mismo Gramsci ya
tenía su propia posición y decía en 1927 que…“Las debilidades teóricas de esta forma moderna del viejo mecanicismo
quedan enmascaradas por la teoría general de la revolución permanente, que no
es sino una previsión genérica presentada como dogma y que se destruye por sí
misma, por el hecho de que no se manifiesta fáctica y efectivamente”.
II
El primer contacto de Gramsci con el
marxismo lo tiene en sus difíciles inicios como estudiante.
Proveniente de una familia de escasos recursos,
va a parar en Turín, la ciudad más
industrializada de Italia, donde inicia su militancia en el Partido Socialista
Italiano (PSI) en 1913, mientras trabaja en la fábrica de la FIAT y organiza
los Consejos de Fábricas. Desde allí, acompaña los levantamientos armados de
los obreros contra la patronal explotadora, que se prolongarían por varios
años.
Tanto Gramsci como los obreros italianos
siguieron de cerca los vertiginosos acontecimientos de 1917 que se
desarrollaban en Rusia. Ese mismo año escribe:
La noticia de la Revolución de Marzo (Revolución de febrero) en Rusia fue acogida en Turín con alegría indescriptible. Los obreros lloraban de emoción al recibir la noticia de que el zar había sido derrocado por los trabajadores de Petrogrado. Pero los trabajadores turineses no se dejaron engañar por la demagogia de Kerensky y los mencheviques. Cuando en julio de 1917 llegó a Turín la delegación enviada por el Soviet de Petrogrado a la Europa occidental, los delegados Smirnov y Goldemberg, que se presentaron ante una muchedumbre de cincuenta mil obreros, fueron acogidos con ensordecedores gritos de «¡Viva Lenin!» «¡Vivan los bolcheviques!».
Gramsci propone poner en práctica la
experiencia de los soviets en Turín a través de los Consejos de Fábricas. La
iniciativa fue rechazada y rompe inmediatamente con el PSI para acompañar en 1921 la creación del
Partido Comunista Italiano, afiliado a la Internacional Comunista fundada por
Lenin.
Para aquellos que no vean en esta acción no
vea la decidida apuesta de Gramsci por el Marxismo-Leninismo, citamos un pasaje
de 1925 donde afirma: “El Partido puede y
debe representar esta conciencia superior; sino no estaría a la cabeza, sino a
la cola de las masas (…) Por eso el Partido debe asimilar el marxismo, y debe asimilarlo
en su forma actual, el leninismo”.
Gramsci abraza sin reservas la “doctrina
del leninismo” y comprende al Partido Comunista
“como la vanguardia del
proletariado y, por tanto, la parte más avanzada de una clase determinada, y
sólo de ésta. Naturalmente, en el Partido pueden entrar otros elementos
sociales (intelectuales y campesinos), pero debe quedar bien claro que el
Partido es orgánicamente una parte del proletariado”.
Sus aportes al marxismo-leninismo son
incuestionables. Acertadamente, la revista soviética Socialismo Teoría y
Práctica reconoce que “el estudio de los trabajos de Gramsci revela sin lugar a
dudas su fidelidad a las ideas de Marx y Lenin”.
En Cuba también se le reconoce y en 1973 la
Editora en Ciencias Sociales de La Habana publica una Antología de textos
suyos.
Especial mención merece la obra Manos fuera de Gramsci, del sociólogo
José Egido, librando un intenso combate para defender la obra y aportes de
Gramsci frente a las garras del trotskismo y el reformismo que pretenden secuestrarlo.
III
La otra mentira frecuente con la que tratan
de empañar al intelectual y militante comunista italiano es su aparente repudio
a la violencia revolucionaria.
Estos bribones olvidan el auge fascista que
copó a Italia; las fuertes represiones a las manifestaciones obreras; más
todavía, olvidan que aun siendo parlamentario, Gramsci es detenido y ‒sin
importar la fulana “inmunidad”‒, es torturado hasta agravar su estado de salud
que lo condenaría a muerte.
Querer presentar al camarada Gramsci como
el Gandhi de Cerdeña raya en lo estúpido.
Ya él mismo advertía antes de su encierro
(1919) que “La dictadura del proletariado
debe, por propia necesidad de vida y de desarrollo, asumir un acentuado
carácter militar. Por eso el problema del ejército socialista pasa a ser uno de
los más esenciales a resolver”.
Ante la intensificación fascista ahonda más
adelante, en 1921, sobre “La necesidad de
la coacción, es decir, del ejército obrero, de los tribunales obreros, de las
prisiones donde encerrar a los enemigos declarados e irreductibles de la clase
obrera, del pelotón de ejecución para los que combaten con las armas en la mano
contra la clase obrera”.
Algo que siempre expone Gramsci, y que
rescata el sociólogo José Egido en su obra Manos
fuera del camarada Gramsci, es que la violencia revolucionaria debe
encontrar su plena justificación, función social y valor pero también límites.
La violencia siempre será un recurso político para la burguesía imperialista.
Lenin
incansablemente recordaba que la paz es una garantía, en tanto el proletariado
se mantenga alerta y armado ante sus enemigos de clase. De este modo, tanto
Lenin como Gramsci, insisten en que la violencia revolucionaria ‒en dependencia
de la existencia de condiciones objetivas y subjetivas‒ es un legítimo
instrumento de lucha para vencer como un solo ariete que derribe los muros
opresores.
Ejemplo de la importancia de las
condiciones objetivas y subjetivas, para el uso oportuno de la violencia
revolucionaria, lo constituyen el caso
de la derrota de la Lucha Armada en Venezuela de la década de 1960, cuando
heroica y abnegadamente el PCV y otras fuerzas revolucionarias ante la feroz
violencia contrarrevolucionaria, concentran su lucha a través de las
guerrillas. No hay que dejarse ganar por la impaciencia, como dijo Fidel Castro
en 1962: “… tarde o temprano, en cada
época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se
adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se
produce”.
De acá que Gramsci utilice la metáfora de
Guerra de Posición o de Trinchera (ataque frontal y rápido del enemigo mediante
un Frente Único), cuya experiencia fue la Revolución de Octubre de 1917; y
Guerra de Movimiento o de Maniobra (ataques progresivos mientras se avanza de
posición en posición), éste último Gramsci toma como modelo a seguir, lo que no
implica que sea descartada la Guerra de Posición.
IV
Un importantísimo tema nos convoca en esta
última entrega; se trata de una de las preocupaciones que compartió Gramsci no
solamente con Marx, Engels y Lenin, sino que posteriormente fue asumida también
por revolucionarios como el Che Guevara: hablamos de la construcción del Hombre
Nuevo.
Ya decía el Che en 1965 “El socialismo económico sin moral comunista
no me interesa”. Tanto Gramsci como el Che se preocuparon por la “reforma
intelectual y moral”, que concibieron como un proceso fundamentado en el
marxismo para liquidar toda influencia reaccionaria sobre las masas campesinas
y obreras, impuesta por la religión (vía Vaticano) y por el “americanismo” como
sistemas de la cultura dominante.
Gramsci caracterizó al Hombre Nuevo como
alguien “capaz de combinar estética y ética, vida íntima y compromiso social,
amor y revolución”; definiciones que más adelante propugna Ernesto Guevara.
La tarea del Hombre Nuevo está
inherentemente relacionada con el Partido. Para ello la tarea política,
intelectual y moral de la militancia comunista es importante. Al Partido le
corresponde ser el educador de las masas y el organizador de una nueva cultura popular.
Gramsci no concibe construir un Partido
Comunista sin la preparación de sus miembros. Los obreros, campesinos y
diferentes sectores que se comprometen con el trabajo del Partido Comunista,
deben por tanto, comprometerse con la misma voluntad al estudio y la formación
para comprender al sistema que se combate.
En 1925, un Gramsci preocupado escribía: “el marxismo (…) ha sido estudiado más por
los intelectuales burgueses para desnaturalizarlo y adaptarlo al uso de la
política burguesa que por los revolucionarios”. Esta frase es premonitoria:
su propia obra será víctima de tales “adaptaciones”.
Antonio Gramsci concibe a los militantes
comunista como intelectuales orgánicos, que a diferencia de los intelectuales
clásicos (los eruditos), desarrollan el trabajo político a la sazón de la
práctica creativa y original de las nuevas circunstancias.
Para
concluir invitamos a leer de buena fuente al camarada Antonio Gramsci,
el de fieles convicciones al Marxismo Leninismo, al que nunca tuvo críticas
nefastas contra el camarada Stalin, y quién nos nutrió aun más en el curso de
la lucha y el desarrollo de la sociedad, aquella que pugna sobre sus
contradicciones fundamentales, y cuya cita corona la etapa de transición
Latinoamérica y que el Instituto Internacional de Estudios políticos de
Cuba, la hace más oportuna al decir:
"Lo nuevo que pugna por surgir, y lo
viejo que lucha ferozmente por no morir, se establece así un conflicto donde lo
viejo puede restaurarse".
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