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viernes, 28 de mayo de 2021

Política de la Miseria (I)

Carlos Armiche Padrón
Sec. Político Regional-Sucre del PCV, 
Cumaná, 28 de mayo de 2021. 

Dipt. Carlos Armiche
Padrón. 
El ser humano siempre rescata la historia para señalar su rumbo hacia el siguiente paso. Procura de ella extraer lecciones, consignas, héroes, mártires, excusas y deidades que lo alienten.

Algunos, como Belbo (el protagonista de Umberto Eco), terminan por creer que «la historia es maestra porque nos enseña que no existe. Lo que cuentan son las permutaciones». A partir de allí se asume el carácter cíclico de nuestras vida, asumiéndose así dos (2) posturas: en la primera nace la arrogancia, la supremacía racial, los cantos a las viejas epopeyas imperiales e imperialistas sobre los bárbaros que se oponían a la civilización; necesario, entonces, es revivir las camisas pardas, negras y azules, así como barrer todo lo que suplantó la grandeza de antiguas generaciones para volver hacia la prosperidad, razón y civilización.

Otros asumen una postura contraria: la desesperanza y la cobardía, pues no vale la pena luchar, ya que siempre nuestros inquisidores del pasado reaparecen «una vez como tragedia y la otra como farsa» (Marx).

La Venezuela actual se polariza con ambos bandos: unos ven los fantasmas del pasado reaparecer y otros ven, de a poco, morir sus esperanzas; unos invocan a los Pérez (Jiménez o Carlos “andreses”, dependiendo de las canas, libros leídos o historias escuchadas); otros, “más cultos”, convocan a Juan Vicente Gómez y hasta al mismo José Antonio Páez como fórmulas redentoras para salir de este entuerto miserable donde nos encerró la historia. Otros convocan, entre oraciones, cultos y liturgias a Ezequiel Zamora, a María Lionza y al Negro Primero mientras van en procesión, en medio de regia liturgia, hacia el “Cuartel de la Montaña”.

De manera singular algo los une: la figura de Bolívar…, llevada por ambos a nivel de culto y mito; «lo que cuenta son las permutaciones» que sobre él se establezcan: igual sirve para justificar las lenguas de fuego que arrasaron los campos enguerrillados bajo las banderas de Fidel, o como salmo para convocar a la Av. Bolívar entre tambores y jolgorios sordos a la doctrina.

Nuestra historia, como cualquier historia, no es ni trágica ni heroica: es la historia de quienes luchan entre sí con sus posibilidades y limitaciones. Es, a final de cuentas, la lucha de clases como motor de la historia. De lo contrario, seguir forzando las neuronas y el entendimiento para nivelar e igualar a Juan Vicente Gómez con Marcos Pérez Jiménez, o a Hugo Chávez con Bolívar no pasa de ejercicios poéticos o experimentos de alquimia teórica sin más razón que la de justificar torpezas, errores, desviaciones y traiciones; o de ocultar ineficiencia para manejar los hilos de un poder que, más por circunstancias que por méritos, más por intervención de los dioses escandinavos que de la corte africana, llevan a algunos a primera línea de protagonismo.

Sin embargo, sería injusto desatender la necesidad espiritual de, mientras se avance de manera inexorable hacia el futuro, ser conscientes de lo que se hace y del por qué se lucha, poniendo ojos y oídos a lo que hemos sobrevivido. Al margen de los fantasmas, héroes, mártires y excusas que la historia nos entrega de manera deliciosa (a veces) y traumática (en la mayoría de casos), en ella debemos descubrir las ausencias y los no cometidos, los pasos no dados (unos por cobardía, otros por falta de sabiduría y la mayoría por carencia de condiciones para hacer algo diferente) para enfrentar al presente, tal cual lo vivimos.

Por ejemplo, la lucha por la Independencia trajo como consecuencias innegables la destrucción de la economía nacional (las pocas fuerzas productivas desarrolladas en la época de la colonia humeaban entre los campos de batalla), el despoblamiento del territorio (lo que llamamos Venezuela, pero que, hasta el siglo XV, no existía), un comercio interno paupérrimo, unas artes mecánicas (ni pensar en comienzos de una industria mínima) en fase rudimentaria y un comercio que produce (algo se producía) más que la misma agricultura (salvo en el caso del café, lo que explica el predominio andino a partir de ese momento).

Esta situación, tan parecida a la nuestra hoy en día, no dejó de generar un sentimiento de frustración y rabia entre no pocos que veían en tiempos de la Colonia mayor estabilidad, prosperidad y seguridad a partir del manto protector de la Corona y la Santa Iglesia. Por otra parte, no pocos recurrían a los falsetes generados tras la muerte de El Libertador, considerando qué hubiese pasado de él seguir vivo, junto con Sucre, por ejemplo, y no la situación que se presentaba con los Monagas y Páez que habían recibido su sacrosanta herencia bolivariana. Otros, los afortunados (receptores de los “haberes militares”, simple fórmula jurídica para pagar la tranquilidad de los uniformados con la transferencia de los latifundios de manos de los terratenientes monárquicos hacia los caudillos), inauguran la tradición de que “General que no posee hacienda es Coronel”.

Esta forma de asumir el recorrido histórico, como vemos, solo conduce a responsabilizar en individuos el comportamiento de la sociedad. El hecho cierto es que quienes lideran la Independencia no son hijos ilustres. En términos reales, son los terratenientes (blancos criollos) los que impulsan la Independencia sin más programa que el de romper con Madrid dejando la casa igual (es decir, manteniendo el latifundio, el esclavismo y la servidumbre, como de hecho se mantuvieron) sin tener que responder, mucho menos repartir, los beneficios económicos con los enviados de la Hacienda Real y la Guipuzcoana (suerte de Seniat).

No descansa la dirección de la Independencia ni en los esclavos ni en los indígenas ni en la mayoría parda (mestiza) de la población. Son los grandes apellidos de la minoría de la población los que agitan y financian la Independencia, sin más programa que la ruptura del orden colonial; a aquellos solo les queda poner carne, sangre y esperanza en una mejor condición de vida... si sobreviven. Los intentos de orientar hacia una sociedad burguesa, que pudieran advertirse en ciertas pinceladas bolivarianas, chocan con una cruda realidad: no existe burguesía en Venezuela. El capital existente desde la llegada de los españoles es, en esencia, el usurario; con él se consolida el rentismo en Venezuela bajo el triángulo latifundio-Imperio Español- comerciantes. Entre estos últimos, no depreciaremos el papel de la Iglesia con su poderosa acumulación de capital, lo que lleva, desde 1824, a establecer límites al poder de dios por estos lados mundanos.

Así, la “república usurero-terrateniente” no daba para otra cosa que no fuese el desarrollo de una sociedad rentística sobre la base de unas clases (terratenientes, comerciantes y prestamistas) parasitarias en alianza con sectores (Iglesia y burocracia cívico-militar) tan parasitarios como las primeras.

A partir de estos orígenes no es difícil entender que el problema no está en el inexistente "carácter cíclico" de la historia. El problema real está en el papel que juegan los sujetos reales que escriben esa historia: las clases sociales.

No superar esa condición rentística (no limitada al problema petrolero, como algunos pretenden, sino en tanto carácter estructural de nuestra sociedad) es lo que permite entender cómo entrando en el siglo XXI todavía arrastramos problemas del siglo XIX y del XX. Por ello es que nuestros "empresarios" y sus representantes (bolivarianos o no) solo son capaces de parir fórmulas eclécticas y atrasadas en el tiempo, tales como las políticas económicas de finales del siglo XX, las que dieron pie a la emergencia del "fenómeno Chávez"; o las actuales, donde se salva la soberanía entregando a los empresarios el 99% del salario y las divisas obtenidas por el Estado a cambio de más hiperinflación, más fuga de capitales, más miserias para los asalariados y más circo para las masas.

La única forma de salir de ese atolladero depende de encontrar a quien esté en capacidad de romper con ese parasitismo: solo el proletariado no participa ni del dominio ni de la dirección del Estado burgués parasitario venezolano; solo el proletariado produce riqueza para sobrevivir (y alimentar parásitos) y solo él está en capacidad de representar los intereses de las masas de trabajadores, víctimas del parasitismo de la burguesía nacional y de sus representantes en los gobiernos.

Mientras los parásitos burgueses controlen el Estado y los parásitos pequeñoburgueses lo dirijan, estamos condenados a seguir el ritornello que la Historia guarda para los indecisos de la lucha final. La revolución por venir en Venezuela comienza despojándose de las «veneraciones supersticiosas por el pasado» y debe «cobrar conciencia de su propio contenido». El proletariado no puede seguir apostando a héroes de otros tiempos ni de otras clases: «las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás» (Marx).

1 comentario:

  1. Excelente transito por la historia, con un desenlace tan tan real, como crudo. La lucha de clase existe, así se empecinen los parásitos pequeñoburgueses en ignorarla y ocultarla. Viva la clase trabajadora, su lucha y sus conquistas.

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