Dip. Carlos Armiche Padrón,
Sec. Político Regional - Sucre del
Partido Comunista de Venezuela (PCV).
[Si Bolívar puso todo el empeño (y en eso se le fue la vida) para dar libertad política y bienestar socio-económico al descamisado de ayer (esclavos, indígenas, blancos criollos...), la revolución en Venezuela tendrá que poner todo su empeño en dar eso y más, de forma permanente y en toda época y circunstancias, a los descamisados de hoy: el proletario de la ciudad y del campo; de lo contrario, no sería ninguna revolución, sino una farsa que, más temprano que tarde, se cae en medio de la "autocrítica del otro", propia de la pequeña burguesía, coleada en estos días en importantes círculos del poder político nacional (Ndecc)].
Dip. Carlos Armiche Padrón. |
La lucha política, en general, y la revolucionaria, en particular, posee una tendencia a dogmatizar experiencias positivas y pretender que las mismas pueden repetirse sin evaluar las particularidades históricas.
En el caso venezolano, su incipiente formación como nación posee elementos que permiten entender que, aun en el siglo pasado, todavía la formación económico-social venezolana vivía un proceso de conformación de su nacionalidad. Nada extraño si revisamos el proceso histórico. En el territorio que hoy conocemos como Venezuela existían, antes de la llegada de la corona española, variedad de etnias y naciones disímiles entre sí. El grado de complejidad social, económica y política entre los Kariña, Timoto-Cuicas, Yanomani y Guajiros era y es, aún hoy en día, evidente y ninguno de esos pueblos asumía a Venezuela como su territorio. Con la llegada de la corona la cosa no se simplifica, a pesar de la razzia y exterminio desarrollados, pues con las carabelas de Colón no sólo llegaba el conquistador (operador militar y religioso de financistas europeos) sino que, a partir de la Real Cédula de Felipe V, se obliga a los canarios a aportar “voluntariamente” un determinado número de familias al poblamiento de América. Luego esto se haría extensivo hacia otras naciones del Estado español que, al igual que los pueblos indígenas, no podemos darles un carácter homogéneo. Más adelante, y en razón de la actividad económica, comienza el inhumano tráfico de esclavos africanos que, al igual que lo relatado antes, no lo podemos definir como un solo pueblo, una sola etnia, sino que, por el contrario, debemos reconocer la variedad de lenguas, costumbres y desarrollos socio-políticos en quienes llegaban a estas tierras. Así, el punto de partida de lo que hoy conocemos como Venezuela se define por un proceso de mestizaje genético, cultural, político y económico.
A diferencia de Europa, donde las naciones preconfiguran los Estados, en el caso americano es al contrario. No en balde el territorio venezolano, según las diversas constituciones, se establece según los límites determinados en tiempos de la Capitanía General del Venezuela (1777, más de dos siglos después de la llegada de Colón). Nuestro territorio, contradictoriamente, fue establecido por la monarquía española.
La lucha de Bolívar del resto de los próceres se ejecutó en dos vertientes: la principal a fin de romper cualquier tipo de lazos con el Imperio (aquí sí cabe el término) Español, logrando una amplia alianza en favor de esa lucha a pesar de las contradicciones internas del qué hacer después de la Independencia. La segunda vertiente se definía en la variedad de opiniones sobre cómo desarrollarnos pasada la Independencia, pero con un elemento común: la idea liberal burguesa de la República y la discusión sobre las formas que debía adquirir la misma (centralizada, dictatorial, etc.) en las cuales siempre la clase dominante se erguía vinculada con el sistema capitalista mundial y la idea de modernidad que de él se derivaba.
Cuando Bolívar hablaba de “fundirnos en el alma nacional”, “fundirnos en el cuerpo nacional” o “fundirnos en la raíz nacional” debemos tener claro, al menos, lo siguiente: 1) lo “nacional” (Venezuela) aún estaba en pleno proceso (inacabado) de conformación en términos culturales, políticos y hasta económicos (habría que esperar el siglo XX para ello); 2) lo “nacional” en el siglo XIX era una consigna que pretendía (y logró) aglutinar una amplia alianza de clases y castas (aún existentes) que van desde los blancos criollos hasta los esclavos negros, pasando por los blancos de orilla y los indígenas, todos ellos sujetos de dominación de parte del Imperio Español; y 3) en ningún caso se planteaba que los sectores dominados desde siempre (esclavos o indígenas, por ejemplo) terminasen como clase dominante o dirección política del proceso. Es decir, la lucha de liberación nacional predominaba sobre cualquier otro referente.
Llegados a nuestra época, los referentes (liberal-burgueses) de los próceres sirven, a finales del siglo XX y de la mano de Chávez, para refundar una alianza que, hasta el 2004, solo se planteaba cumplir el proceso que ni Gómez ni Pérez Jiménez ni AD-Copei habían finalizado: lo que desde el marxismo denominamos las “tareas democrático-burguesas”. Se cumplieron algunas (a nivel político, por ejemplo, ampliar, al menos en lo formal, los canales de participación; e impulsar un necesario cambio en las relaciones imperantes en el campo: la famosa ley de tierras abortada muy temprano).
Pasados más de 20 años se plantea entonces cuál es el derrotero a seguir: para unos, se hace necesario frenar el avance hacia el socialismo y se abren compuertas para ceder bajo la tesis de que nosotros aguantaremos hasta que ellos cambien. En esa línea se rescatan adefesios revisionistas que van desde la posibilidad de una “burguesía revolucionaria”, hasta la imposición de las tesis burguesas de la resiliencia. Pasando por el desmontaje de las victorias alcanzadas, se camina de manera acelerada hacia el desmontaje total del Capitalismo de Estado en procura de la entrega absoluta de las rentas (petrolera, minera, agrícola) a intereses transnacionales.
El otro derrotero a seguir pasa por, a la par de emplear los elementos de la “identidad nacional” ya dibujados arriba, hacer énfasis en la necesidad de conformar una “identidad de clase” que permita replantear el Programa de Acción Popular, la alianza necesaria para llevarlo a cabo y que permita la emergencia de una vanguardia acorde con estas tareas. Se trata, aparte de asumir las tareas democrático-burguesas inconclusas (por la incapacidad de la burguesía y sus operadores pequeñoburgueses), de plantear, de forma científica, las tareas socialistas a desarrollar, la cuales corresponden, desde el punto de vista histórico, al proletariado revolucionario.
La construcción de la Alternativa Popular Revolucionaria (APR) apunta en este sentido. Trabaja en la línea de replantear la dirección del proceso, de la política de cuadros (políticos, militares y administrativos) que debe ser sinónimo de una “política de masas”, que restablezca el contacto con las masas, en franca desmejoría gracias a la burocratizada y anquilosada nomenclatura. La construcción de la Alternativa Popular Revolucionaria apunta a formar cuadros (insistimos, políticos, militares y administrativos) y en eso citaremos a alguien muy “querido” por la nomenclatura: “un cuadro es un individuo que ha alcanzado el suficiente desarrollo político como para poder interpretar las grandes directivas emanadas del poder central, hacerlas suyas y transmitirlas como orientación a la masa, percibiendo además las manifestaciones que ésta haga de sus deseos y sus motivaciones más íntimas. Es un individuo de disciplina ideológica y administrativa, que conoce y practica el centralismo democrático y sabe valorar las contradicciones existentes en el método para aprovechar al máximo sus múltiples facetas; que sabe practicar en la producción el principio de la discusión colectiva y decisión y responsabilidad únicas, cuya fidelidad está probada y cuyo valor físico y moral se ha desarrollado al compás de su desarrollo ideológico, de tal manera que está dispuesto siempre a afrontar cualquier debate y a responder hasta con su vida de la buena marcha de la Revolución. Es, además, un individuo con capacidad de análisis propio, lo que le permite tomar las decisiones necesarias y practicar la iniciativa creadora de modo que no choque con la disciplina” (Che, 1962: El Cuadro).
En esta perspectiva, los comunistas planteamos que la APR se conforma sobre la base de un conjunto de organizaciones políticas, movimientos sociales e individualidades que asumen el principio de enfrentar al Imperialismo a la par que se avanza hacia el Socialismo; que asumen que la salida a la crisis es bajo los principios de la Revolución, y que esta no se dirige desde la pequeñaburguesía, sino con los trabajadores de la ciudad y del campo como protagonistas y dirigentes, que asumen que, ante la incapacidad histórica de la burguesía y de la pequeñaburguesía, corresponde a los trabajadores de la ciudad y del campo cumplir con las fallidas tareas democrático-burguesas (sobre todo en relación con las necesarias transformaciones en el campo venezolano) y desarrollando ya, de una vez por todas, las tareas socialistas que hemos expuesto los comunistas con anterioridad y que parten por un control revolucionario de la producción social y la distribución de bienes y servicios de cara a los intereses de las mayorías trabajadoras, y no como hasta ahora, pensadas en función de la rentabilidad del capital, del beneficio a la burguesía y de no “atormentar” al Imperialismo.
Bolívar y su pensamiento permiten la promoción de una amplia alianza capaz de enfrentar al Imperialismo; el marxismo-leninismo es la única guía efectiva para la construcción del Socialismo. Pero, al final, tal y como lo exponía Lenin, “no somos partidarios de la toma del poder por una minoría. Somos marxistas, partidarios de la lucha proletaria de clase contra la embriaguez pequeñoburguesa, contra el defensismo chovinista, contra las frases hueras, contra la dependencia con respecto a la burguesía” (Lenin, 1917: La Dualidad de Poderes). En diciembre, será el pueblo trabajador de la ciudad y del campo quien apuntará hacia dónde mantener el avance: hacia el entreguismo o hacia el avance del verdadero Socialismo.
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