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sábado, 15 de agosto de 2020

El debate: Pasqualina y la nueva normalidad económica (I)

Econ. Luis Salas

escritosdesdelacuarentena.blogspot.com
Agosto de 2020. 

[La presente entrega, una primera parte en medio de un debate hecho público por su primera protagonista en estos días, la Dra. Pascualina Curcio, quien lo empoderó más en la opinión pública nacional trascendiendo algunos círculos y generando reacciones de diversa índole, desde las más pesimistas hasta las más solidarias y de respaldo, pasando por algunas de orden destemplado por cuasi airadas, profundiza en este debate en la medida que, con su particular estilo, el Econ. Luis Salas deja claro en estas líneas que más bien se quedaron cortas en expectativas y exigencias los planteamientos de su colega Curcio, añadiendo argumentos de armas tomar que le dan hasta con el tobo al monetarismo pululante en la esquina de Carmelitas y a sus principales defensores en el más alto gobierno. Póngasele mucha atención a los argumentos favorables a la emisión de dinero hacia la economía nacional en aras de resolver a los trabajadores; póngasele atención a los argumentos que derriban la idea (nunca una teoría) del tal "dinero inorgánico", muy aplicada por los defensores de Milton Friedman en estas tierras cuando de las economías del norte en crisis se trata; muy cuestionadas cuando en el sur alguien las aplica. Por ser clave para nuestra diaria formación política, les recomiendo a todos la lectura, estudio y debate en torno a esta temática de mucha actualidad en Venezuela, la cual giraría en torno a una interrogante generadora: ¿es o no pertinente un aumento (no "ajuste") digno en los salarios de los trabajadores venezolanos durante las actuales circunstancias? (Ndecc)].

“Cómo puede pensarse, por ejemplo, que solucionar el déficit fiscal pueda ser más urgente e importante que acabar con el hambre de millones de personas”.

Hugo Chávez. Agenda Alternativa Bolivariana.

Econ. Luis Salas.
Si nos atenemos a los resultados del debate generado por los artículos de Pasqualina sobre el tema salarial, la conclusión a la que obligatoriamente hay que llegar es: estamos jodidos. En el mejor de los casos, que es el planteado por ella, si queremos mejorar los salarios e ingresos de la población hay que esperar hacer una reforma impositiva progresiva, que todo salga bien con ella, y entonces, solo entonces, hacerlo.

En el caso de quienes atacan su propuesta la conclusión es aún más desoladora: no vale la pena siquiera esperar. No solo porque la guerra económica y el bloqueo -nos dicen- han destruido la capacidad de generación de riquezas del país. Si no porque en la medida en que dicho bloqueo y guerra existen porque existe el gobierno chavista, ha de suponerse entonces que mientras haya gobierno chavista habrán bloqueos y guerra económica, y por tanto, ninguna posibilidad de que la gente vuelva a tener salarios y pensiones decentes mientras esté el chavismo en el poder.

Desde luego no lo dicen exactamente así. Y es cuanto menos extraño que voceros de un partido que aspira mantenerse gobernando y que, de hecho, enfrenta en los próximos meses unas parlamentarias, exponga semejante idea impopular. Pero de toda la perorata anti-pascualina eso es lo que invitablemente se concluye.

Es como cuando dicen que los salarios que hasta no hace mucho se pagaban en este país (un mínimo equivalente a 400 $ a finales de 2012), eran posibles por contar con un barril de petróleo por encima de los cien dólares. Más allá de que la cuenta no da (el promedio anual de toda la era Chávez fue 53 $, con precios por debajo de 20 $), el tema es que en base a ese criterio uno no entiende como hacen el resto de los países latinoamericanos donde el mínimo salarial es en promedio 330$, lo que incluye varios con PIB menores al nuestro, menos industrializados y sin una gota de petróleo, como por ejemplo Guatemala, donde el mínimo equivale a 380 $ mensuales.

De entrada valga decir que en mi parecer las cosas deberían ser como dice Pascualina.

Lo ideal sería pagar mejores salarios mediante una distribución más equitativa de la riqueza, que a falta de una reforma de los términos de propiedad (es decir, una revolución) se hace por la vía impositiva, como es el caso clásico de los países nórdicos. El problema pasa por saber si estamos en condiciones de hacerlo. Y sí, dato no menor, tenemos tiempo dado lo que se nos avecina a la vuelta de la esquina.

En fin, de cara a la coyuntura, mi impresión es que allí donde la posición de los antipascualina peca de un monetarismo tierraplanista que ni los más fánatizados oposicionistas esgrimen (tal vez con la sola excepción de verdaderos talibanes como García Banchs o José Guerra), la propuesta de Pascualina peca de timidez. Me explico.

Sin corto plazo no hay largo plazo

Cuando digo timidez no quiero decir que no sea valiente la propuesta, que lo es y mucho, sino que pareciera no ubicarse sobre el contexto que estamos atravesando o solo lo hace parcialmente. Así las cosas, a mi modo de ver, a su propuesta le hace falta el vértigo de caer en cuenta de que no tenemos tiempo de esperar que estén dadas las condiciones idóneas para hacer lo que, idealmente, debería en efecto hacerse.

Es decir, el contexto sobre el cual estamos hablando no es solo la de salarios mínimos por debajo de los 4 $ mensuales y pensiones por debajo de los 2 $, sobre un marco de creciente desigualdad, todo lo cual ya es bastante dramático. Es un contexto donde estamos en medio de la contracción más severa de la cual se tenga registro en al menos los últimos cien años de nuestra historia republicana.

Para que lo veamos en perspectiva, la CEPAL estima que para este año la contracción de nuestro PIB estará por el orden del -26% con respecto al 2019. Eso es casi tres veces
más de lo que se estima caiga toda la región (-9,1%). Exactamente el doble de Perú, el segundo con mayor contracción en suramérica (-13%). Y 5,3 veces más que la contracción de toda la economía mundial (-4,9%). Si hacemos la contabilidad desde 2014, primer año del actual bucle regresivo que al cierre de este 2020 ya nos habrá consumido 7 años de caída libre, estamos diciendo que actualmente tenemos una economía cuyo tamaño es más o menos un tercio del que tenia en 2012-2013, últimos de crecimiento.


Por otra parte, de seguir las tendencias de contagios diarios de Covid-19, para este mes de agosto entraremos en una fase acelerada por el orden de los mil diarios, con toda la pinta de complicarse para septiembre. Ya prácticamente lo estamos. Y si a mi me preguntan, ya lo estamos de hecho, solo que el detalle de los reportes oficiales diarios no lo refleja. De darse ese escenario, se pondrá una presión extrema sobre nuestro incierto sistema de salud, de forma que podríamos vivir a nivel nacional -o al menos en Caracas- situaciones parecidas a las vista recientemente en Maracaibo, por no hablar de otras latitudes. Pero además significa 1) que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes seguirán en casa pues no habrá condiciones para volver a clase presenciales el próximo año escolar. Y 2) que de hecho, se quiera o no, la cuarentena tendrá que extremarse dentro de poco (de verdad, no como ahorita), lo que significa restringir aún más la actividades laborales.

Por último, pero no menos importante, si bien la conflictividad política está momentáneamente suspendida, en la medida que se vienen dos procesos electorales (las parlamentarias en nuestro país y las presidenciales en los Estados Unidos) lo más seguro es que se aviven las tensiones. Ya parte de la oposición dijo que no participará en los comicios de diciembre, lo que temprano mete ruido. Y sobre las presidenciales gringas no hay mucho que se pueda decir que ya no se sepa: Venezuela siempre es centro de atención en las mismas y nunca para bien. Tanto como ayer, Elliott Abrams, comisionado especial de la Casa Blanca para Venezuela, declaró que se encuentran trabajando duro para que el presidente Maduro "no sobreviva este año".

Lo que quiero decir, pues, es que con la propuesta de Pascualina todo bien, excepto por el detalle que si funciona lo hará en un mediano o largo plazo que simplemente la mayoría del país no tiene. Y en este sentido hay cosas más expeditas que se pueden hacer y están plenamente justificadas por la emergencia. Es decir: si estamos como se dice en una nueva normalidad y eso aplica para todo, la política económica no puede ser la excepción. Ahora, entre otras cosas, para avanzar en ello hay que deshacerse de ciertas ideas o prejuicios que en nada ayudan.

¿Puede un Estado estar quebrado?

La primera idea que hay que abandonar en aras de una política económica acorde a la nueva normalidad, es esa de que el Estado venezolano no puede pagar mejores salarios porque está quebrado. Decir que un Estado no tiene recursos para financiar sus gastos, es, simple y llanamente, un sin sentido.

Me explico. Decir que en esta coyuntura el Estado venezolano no puede pagar mejores salarios a sus trabajadores y pensiones porque el bloqueo cortó las vías de ingreso en divisas, es una verdad a medias. La parte cierta es que el bloqueo (a lo que ahora se suma la crisis global) cortó las vías de ingreso en divisas. Pero lo que no es cierto es que esa sea razón suficiente para pagar los salarios y las pensiones que se están pagando.

Y no lo es por dos razones. La primera y más obvia es que en este país y hasta nuevo aviso los salarios se pagan en bolívares, no en divisas. Podrá haber avanzado mucho la dolarización transaccional, pero el bolívar sigue circulando, la gente lo sigue aceptando, y, como ya dije, la mayoría sigue cobrando o totalmente o mayormente en bolívares.

Por otra parte, aunque estrechamente relacionado a lo anterior, los Estados que cuentan con soberanía monetaria pueden hacer algo cuando están en aprietos que el resto no podemos: generar su propio ingreso. Esa es la principalísima razón por la cual y por definición los Estados nunca quiebran. La misma que explica por qué, a lo largo y ancho del planeta, los Estados cuando hay crisis hacen las veces de prestamistas en última instancia y salvan a todo el mundo. Me explico.

En el caso de una familia que por cualquier razón pierde o ve disminuir radicalmente su ingreso, ciertamente lo recomendable es que haga una resignación de gastos, recortando o suspendiendo aquellos no esenciales para poder financiar los que sí lo son.

Supongamos que dicha familia tenía a alguien contratado para la limpieza. Pues si ya no alcanza la plata y en la medida en que ese no es un gasto esencial ya no podrá seguirle pagando, al menos que esa persona acepte trabajar de gratis o recortarse el salario. Esto es lo que en los viejos tiempos se llamaba ajustarse el cinturón. Lo ideal y lo que todo el mundo aspira es que dicho ajuste sea temporal, de manera en que en lo que se consiga un mejor empleo o ingreso uno se pueda recuperar. En cualquier caso, pase lo que pase, el razonamiento y la receta son perfectamente lógicos: si los ingresos cayeron los gastos deban ajustarse a la nueva realidad presupuestaria porque simple y llanamente no alcanza.

Ahora, si esa situación de vacas flacas le cae a un Estado y este no tiene siquiera posibilidad de financiarse asumiendo un préstamo (como es el caso nuestro, por el bloqueo) pero cuenta con soberanía monetaria en la medida que tiene moneda propia y un banco central (como también es el caso nuestro, que tenemos no una si no dos monedas soberanas y el BCV), asumir la quiebra no es una opción. Ese Estado siempre podrá hacer política monetaria, lo que entre otras cosas significa posibilidad de emitir.

La coyuntura global actual pandémica es el mejor ejemplo de ello. Se estima que en medio de este “gran confinamiento” los bancos centrales de todo el mundo han emitido más o menos el equivalente al 10% del PIB mundial en dinero “sin repaldo” a fin de financiar empresas y hogares, así como el funcionamiento y equipamiento de sus propios estados (sistemas de salud, educación, seguridad, etc). Incluso es una práctica promovida por el FMI, que hasta recomienda monetizar dicha emisión en el sentido de convertirla en transferencias unilaterales o subsidios y no transformarla en deuda. Desde luego, es todo lo contrario a lo que decían de febrero para atrás. Pero de febrero para atrás no había pandemia y el comercio mundial no estaba paralizado.

En el caso de nuestro país eso no solo no ha ocurrido. De hecho, ocurre todo lo contrario, siendo que, como ya dije, el Estado venezolano cuenta no con una sino con dos monedas soberanas y un banco central. Siempre se podrá decir que están los bonos del carnet de la patria, pero en lo sustancial los montos de esa política de asignación directa en el mejor de los escenarios (sumando varios bonos de los miembros de una misma familia) equivalen a unos 15 $ mensuales, es decir, casi nada tomando en cuenta el nivel de precios actuales.

Desde luego, como a estas alturas debería resultar obvio si me he sabido explicar, el tema es que deslastrarse de la idea de que el Estado venezolano no puede pagar mejores salarios porque esta quebrado al no tener vías de ingreso, pasa por hacerlo al mismo tiempo de la idea de que no puede emitir si no tiene "respaldo" en reservas para ello. Es el famoso tópico del dinero "inorgánico", santo y seña del monetarismo criollo, que es lo que subyace en el fondo de esta discusión alimentado (de manera justificada, valga decir) por el temor a la inflación. Pero esta primera parte está muy larga ya, así que eso lo dejare para la segunda [CONTINUARÁ].

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